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Actualizado: 18 de mayo de 2025
MANRIQUE. Ahora te conozco, ahora te quiero más. LEONOR. Si tú partes, iré contigo; la muerte a tu lado ha de encontrarme. MANRIQUE. Venir tú... no; en el castillo queda custodia bastante para ti... ¿Escuchas? Adiós. El clarín llama al combate. LEONOR. Un momento... MANRIQUE. Ya no puedo detenerme ni un instante.
Don Carlos, amante de Doña Leonor de Lara, encuentra de noche un hombre en el aposento de su dama, tomándolo por su rival equivocadamente, y, bajo el imperio de otras diversas circunstancias, le da muerte impulsado por sus celos. Para salvar el honor de su amada, se la lleva consigo y la protege, considerándola culpable, y sin prestar atención alguna á sus protestas de inocencia.
Para gustar de los colores chillones ahí están esas cursis de Emilia y Leonor... ¡Cómo me agradan los terciopelos y las felpas de tonos cambiantes! Un traje negro con adornos de fuego, o claro con hojas de Otoño resulta lindísimo... El buen gusto nace con la persona... »Vamos, gracias a Dios que me duermo. Poquito a poco me va ganando el sueño.
Dímelo tú, Leonor, tú que estuviste ayer en el cuarto de mamá, cuando yo fui a paseo. ¡Mamá mala, que no te dejó ir conmigo, porque dice que te he puesto muy fea con tantos besos, y que no tienes pelo, porque te he peinado mucho!
LEONOR. ¿Por qué temblando tu mano está? ¿Qué sientes? MANRIQUE. Nada, nada. LEONOR. En vano me lo ocultas. MANRIQUE. Nada siento. Estoy bueno... ¿Qué dices? ¿Que temblaba mi mano?... No... ilusión... nunca he temblado. ¿Ves cómo estoy tranquilo? LEONOR. De otra suerte me mirabas ayer... tu calma fría es la horrorosa calma de la muerte. ¿Pero qué causa, dime, tus pesares?
Cuando Augusto llegó, negose Isidora a ir al teatro, porque le había dado jaqueca. Emilia y Leonor no quisieron ir tampoco, y el buen estudiante quedó en la situación más desairada del mundo. Pero como era tan listo, y maravillosamente a todo se plegaba, hasta dominar las situaciones más difíciles, bien pronto cautivó a la familia con sus donaires.
Entró Leonor en este instante, y en el punto de verla, fue como si los torrentes de llanto apretados por la agonía se saliesen al fin de sus ojos; no dijo palabras, sino inolvidables sollozos; y se lanzó al encuentro de su hija, y se abrazó con ella estrechísimamente.
Un moro, que se halla en la corte, como embajador del Rey de Granada, que se dice médico y astrólogo, profetízale las horribles desdichas que la crueldad de D. Pedro ha de causar á su familia, la muerte de Doña Leonor de Guzmán y del gran Maestre de Santiago, así como la de D. Pedro á manos del mismo D. Enrique.
Esa misma, Lucía: pues no es una cabeza ideal, sino la de una niña que va a salir la semana que viene del colegio, y dicen que es un pasmo de hermosura: es la cabeza de Leonor del Valle. Se puso en pie Lucía con un movimiento que pareció un salto; y Juan alzó del suelo, para devolvérselo, el pañuelo, roto. Capítulo II
Todos estos hechos, y además la presencia de Leonor, á la que ve salir del aposento del Rey, inquietan su ánimo, y apenas puede ocultar su desasosiego, á pesar de sus palabras orgullosas. Su confusión es completa, cuando ve entrar al Rey, y reconoce en él al caminante, ante quien mostró tanta arrogancia. Don Pedro finge no reparar en él siquiera, y lee tranquilamente ciertos papeles.
Palabra del Dia
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