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Cuando nuestro gracioso soberano se apresura á vestir la armadura de combate á los setenta años y el señor de Chandos le imita á los setenta y cinco, con tantas campañas y heridas como cuento yo, mal puede quedar en reposo la lanza del barón León de Morel. Mi propia fama me obliga, ya que tanto más notada sería mi ausencia. No, Leonor, debo partir.

Nuestro Rey el Emperador Cárlos V. pasó por Paris y se puso en las manos de su mayor émulo, fué su confianza tan alabada como la de Francisco; pero si la Reyna Leonor no avisara á Cárlos su hermano de lo que se platicaba, fuera la confianza juzgada por temeridad y la por engaño, con que claramente se muestra, que alabamos, ó vituperamos por los sucesos, no por la razon.

Dos valientes escuderos he perdido ya y me pregunto por qué la implacable suerte arrebata de mi lado á esos jóvenes de brillante porvenir, dejando intactas las blancas cabezas como la mía. ¿Pero no recuerdas, Roger, cómo Doña Leonor nos predijo todos estos peligros y desgracias de la pasada noche? Así es en efecto, señor.

Llegó el obispo D. Alonso á España, y el rey le mandó llevar á Portugal á su hermana la infanta D.ª Leonor, que casó con el rey D. Manuel, en cuya corte permaneció el prelado como embajador hasta fin de 1518. El dia del Corpus de este año salió por primera vez en la procesion la custodia que hemos descrito arriba.

¡Qué diferentes cuidados Me da, Leonor, mi enemigo! ¿No le has visto más? DO

Ansi como fué coronada lleváronla á la otra silla de la otra parte del altar, habia de ser despues de coronada, é ansí como el Rey ovo dado paz á la Reina, llegaron á la Reina los infantes, é besáronle la mano, é ella los besaba en la boca, é esto mesmo fizieron D. Enrique de Villena é Doña Leonor su hermana.

La noche era oscurísima; el importuno cantor, que nunca pulsó el laúd a peor tiempo, se retiró creyendo sin duda que era mi amo algún curioso escudero; a poco rato bajó la virtuosa Leonor, y equivocando a mi señor con su amante, le condujo silenciosamente a lo más oculto del jardín.

Don Pedro oye de nuevo sus quejas, le promete satisfacerlas, y expresa al mismo tiempo su admiración de que Don Rodrigo no se haya vengado personalmente del raptor de su novia. Doña Leonor acude también al Rey, que le promete asimismo pronta justicia. Don Tello ha venido, mientras tanto, con numeroso séquito.

MANRIQUE. Ya vuelve ... LEONOR. ¿Dónde estoy? MANRIQUE. En mis brazos, Leonor. LEONOR. ¿Qué rumor es ése?... MANRIQUE. ¡Cielos!... Tal vez... LEONOR. ¿Adonde me llevas? Suéltame por Dios... ¿no ves que te pierdes? MANRIQUE. ¿Qué me importa, si no te pierdo a ti? LEONOR. ¿Pero qué significa ese ruido? MANRIQUE. No es nada, nada. LEONOR. Ese resplandor... esas luces que se divisan a lo lejos.

Leonor y María se arrojan entonces á los pies del Rey para pedirle el perdón de los dos reos; pero Don Pedro les contesta que se ha pronunciado ya la sentencia y que es inapelable.