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Actualizado: 23 de junio de 2025
Ella se hallaba sentada en el diván, cerca de la ventana, y mientras charlaba, se entretenía en reparar el desorden de la toilette de una princesa japonesa, muñeca de Bella, que yacía sobre un sillón, y Bettina la levantó maquinalmente. ¿Por qué se le ocurrió a Bettina hablarle de las dos jóvenes con quienes pudo haberse casado?
Eran miles de sombrillas que desfilaban lentamente: verdes, azules, rosadas, con una coloración vagorosa semejante á la de las luces de aceite; una procesión japonesa vista desde lo alto, que se perdía por un lado en el misterio de las aguas negras y llegaba incesantemente por el lado opuesto. El joven piloto amaba la navegación á vela, las luchas con el viento, la soledad de las calmas.
Pero la mujer aquella con su aplastada cara japonesa, sabía mucho del mundo y de las pasiones humanas, tenía el corazón rebosando tolerancia y caridad, y sostenía esta tesis: que la privación absoluta de los apetitos alimentados por la costumbre más o menos viciosa, es el peor de los remedios, por engendrar la desesperación, y que para curar añejos defectos es conveniente permitirlos de vez en cuando con mucha medida.
El señor de Sieboldt me hacía admirar su enciclopedia japonesa en noventa y dos tomos, o me traducía una oda del Hiah-nin, obra valiosísima que había sido publicada bajo los auspicios de los emperadores japoneses, y donde están las biografías, los retratos y fragmentos líricos de los cien poetas más famosos del Imperio.
Le mostró retratos suyos que databan de algunos años. Ulises tardó en reconocerla al contemplar la fotografía de una japonesa delgada, jovencita, envuelta en un kimono sombrío. Soy yo, cuando estuve allá. Nos interesaba conocer la verdadera fuerza de ese pueblo de hombrecitos con ojos de ratón. El otro retrato aparecía con falda corta, botas de montar, camisa de hombre y un fieltro de cow-boy.
Iluminó, pues, con ayuda de Reguera, una gran fotografía en que se hallaba representada ella misma con su rico traje de reina japonesa, y encargó dibujos para un marco suntuoso que habían de ejecutar, en oro, plata y pedrería, Marzo y Ansorena. Los dibujos, sin embargo, no la satisfacían; el 30 de abril se acercaba, y apremiada por lo breve del plazo, desesperaba ya de ver realizado su proyecto.
Quedóse el niño parado un momento, con los ojos abiertos; dio luego una repentina media vuelta, girando sobre una pierna, y encarnado como la grana, bamboleándose cual si estuviera ebrio, fue a arrimarse a una mesita llena de caprichosas chucherías; había debajo una figura japonesa, con la boca muy abierta, y por ella arrojó el niño, con mucho disimulo, el regalo de su padre, las ¡dos pesetas!... Luego echó a correr, saliendo disparado del saloncito; detúvose un momento en el dintel, detrás de las cortinas, y agobiado, con los bracitos colgando y caída la cabecita, siguió una galería que iba a parar a la Nursery , al destierro, a la Siberia de los niños, que el desapegado egoísmo de la condesa de Albornoz había importado para sus hijos de Inglaterra a su casa.
La del tío Frasquito era la corbata de gran maestre de los micos de Currita, de seda azul japonesa, sujeta coquetamente con el alfiler de una sola perla. Habíale encargado la Albornoz venir a buscarla a casa de Butrón, para darle sin pérdida de tiempo sus primeras disposiciones de presidenta.
Todos los veranos, al vivir juntos durante las vacaciones en la casa del tutor, Mina daba de puñetazos á su amigo, el cual, perdida la paciencia, acababa por devolverle los golpes. Y la señorita Graven, que había aprendido recientemente á batirse á la japonesa, deseaba, al abandonar el colegio, medirse con James definitivamente.
Saltó repentinamente hacia atrás llevándose las dos manos á un hombro. Experimentaba un dolor agudísimo, como si uno de sus huesos acabase de quebrarse. Ella le había repelido con una certera presión de la hábil esgrima japonesa, que emplea las manos como armas irresistibles. ¡Ah... tal! rugió lanzando el peor de los insultos femeninos.
Palabra del Dia
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