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Actualizado: 17 de junio de 2025
En estas guerras quedan de esclavos los prisioneros que tomó en la pelea el vencedor, que los vende a los moros infames que andan por allá buscando prisioneros que comprar, y luego los venden en las tierras moras.
La explicación que tuve con él, cuando él volvió de Madrid y yo le rechacé al ir él a abrazarme, fue horrible... horrible.... Sus infames disculpas, sus burlas cínicas cuando le arranqué la máscara, el desdén con que me dijo que yo no sabía vivir y que me había forjado del mundo una idea fantástica, y la insolencia con que acabó por calificarme de loca y de insensata, me han afirmado en mi decidido propósito de una eterna separación.
Si no, dime: ¿cuándo, ¡oh traidor!, respondí a tus ruegos con alguna palabra o señal que pudiese despertar en ti alguna sombra de esperanza de cumplir tus infames deseos? ¿Cuándo tus amorosas palabras no fueron deshechas y reprehendidas de las mías con rigor y con aspereza? ¿Cuándo tus muchas promesas y mayores dádivas fueron de mí creídas, ni admitidas?
¡Cómo! ¿pues qué ha sucedido? dijo Luisa, á quien se la puso un nudo en la garganta. El paje Gonzalo ha muerto de repente. ¿Y qué tenemos que ver con la muerte de Gonzalo? ¡Cómo! ¡infames! ¿qué tenéis que ver? ¿Sabéis por qué ha muerto el paje? Por lo que se muere todo el que entierran dijo Cosme Aldaba , porque se le ha acabado la mecha.
Con estas noticias se dispuso, que un destacamento de 1,000 hombres de caballeria y 2,000 indios auxiliares de Anta, al cargo del Mayor General del ejército, D. Francisco Cuellar, se pusiese en marcha á dobles jornadas para la provincia de Carabaya, no solo con el objeto de perseguir y procurar arrestar á los traidores, antes que se acogiesen á los Andes, si no tambien para que castigase á aquellos infames provincianos, que han sido, entre los que nos han aborrecido, los enemigos mas tenaces del nombre español.
¡Ah! exclamó el duque de Lerma, abandonando su sillón y yendo á abrazar á Santos ; sí, sí, tú eres mi amigo; tú eres la única persona leal con que cuento; ¡el capelo! ¡y no se me había ocurrido! ¡y sin embargo, tengo el alma llena de una inquietud vaga, del temor de verme envuelto en las traiciones infames, en los delitos de los que me rodean! ¡el capelo! ¡gracias, Pelegrín, gracias!
¡Ah! señora, perdonad... pero... permítame vuestra majestad que vaya al momento... le he creído perdido... son esos hombres tan infames... y... ¡le amo tanto! Espera, espera... serénate, tranquilízate, Clara, amiga mía: no ves que yo me sonrío, que estoy contenta. ¿Cómo podía estarlo si te amenazase una desgracia? ¡No corre peligro su vida! No, ni mucho menos... Y entonces, ¿qué hay que temer?
Aquello lo entendió. Había estado, mientras pasaba hojas y hojas, pensando, sin saber cómo, en don Álvaro Mesía, presidente del casino de Vetusta y jefe del partido liberal dinástico; pero al leer: «Los parajes por donde anduvo», su pensamiento volvió de repente a los tiempos lejanos. Cuando era niña, pero ya confesaba, siempre que el libro de examen decía «pase la memoria por los lugares que ha recorrido», se acordaba sin querer de la barca de Trébol, de aquel gran pecado que había cometido, sin saberlo ella, la noche que pasó dentro de la barca con aquel Germán, su amigo.... ¡Infames! La Regenta sentía rubor y cólera al recordar aquella calumnia. Dejó el libro sobre la mesilla de noche otro mueble vulgar que irritaba el buen gusto de Obdulia apagó la luz... y se encontró en la barca de Trébol, a medianoche, al lado de Germán, un niño rubio de doce años, dos más que ella.
Y la ayudo yo... Y yo... y yo también... pero... son infames y miserables, y la reina está perdida... está muerta.. ¡Muerta! ¡Se atreverán! y aunque se atrevan... ¿podrán...? Sí, sí por cierto; y para probaros que pueden, os voy á nombrar otras de las piezas mayores que se abrigan en el alcázar. ¡Ah! ¡Otra pieza mayor! Francisco Martínez Montiño, cocinero mayor del rey.
Ha sido si nó la primera, la más importante víctima del criminal alzamiento, y sobre sus escombros, en medio del llanto de las mujeres y las maldiciones de los hombres, han jurado los cubanos guerra sin cuartel á los infames perpetradores del horrendo crimen, que deja en la miseria á tantos desgraciados.
Palabra del Dia
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