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Prevaliéndome de este permiso, y para aquietar mi conciencia, harto escrupulosa, tengo que hablar ahora de don Braulio y de su carta, la cual contiene proposiciones aventuradas sin duda, y que, creídas por el cándido lector, pudieran pervertirle con una de las más feas perversiones que se conocen: la de considerarse genio no comprendido, ser superior desatendido injustamente.

Lo que toca ahora á nuestro propósito es, que estas cosas creidas con anticipacion ocasionan despues mil guerras, y discordias entre los Escritores, que quieren, ó defenderlas, ó impugnarlas.

Hete dicho esto, porque de la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco tal y tan bueno como aquél, que me imagino y pienso hacer con él tales hazañas, que te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.

Si no, dime: ¿cuándo, ¡oh traidor!, respondí a tus ruegos con alguna palabra o señal que pudiese despertar en ti alguna sombra de esperanza de cumplir tus infames deseos? ¿Cuándo tus amorosas palabras no fueron deshechas y reprehendidas de las mías con rigor y con aspereza? ¿Cuándo tus muchas promesas y mayores dádivas fueron de creídas, ni admitidas?

Es cierto que hai cosas fáciles de suceder i dificultosas de ser creidas. Una de ellas seria entonces la determinacion atrevidisima que tomaron los oprimidos hebreos para despedir de sus hombros el yugo que los fatigaba i cobrar su libertad para siempre. Pero en las empresas graves deben considerar los mortales, antes de acometerlas, cuántos daños ó cuántos peligros nacerán de ellas.

Cuestión es esa que dejaremos para otro día, si bien cuestiones andan en esos mundos decididas, acreditadas y creídas más paradójicas que ésta.

A su lado las palabras-promesas, palabras-manifiestos, regularmente coronadas, siempre escuchadas y creídas, pero tan ambiláteras como las otras; palabras-callos, endurecidas, incorregibles, que han de arrancarse de raíz si han de dejar de doler.

Una orden llegada de Guantánamo hizo que la columna regresara á esa ciudad, y al siguiente día entraba en ella, donde permaneció dos días descansando. Bien se lo merecían aquellos bravos soldados que supieron tomar al enemigo posiciones que siempre fueron creídas inexpugnables por todos que las conocían.