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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Dudó ella en hablar, y como transcurría el tiempo sin que el otro saliese de su actitud silenciosa, dijo lentamente: Supongo que este suceso, que nada tiene de inesperado, pues mismo lo has presentido muchas veces, no va á privarnos de asistir á la fiesta. Levantó Torrebianca el rostro para mirarla con ojos de asombro. ¿Qué es lo que dices?... Piensa que es mi madre la que ha muerto.

La luna de miel fue corta, y terminó con un incidente inesperado. Durante el viaje de bodas, confiaron a una hermana del coronel Roberto el cuidado de la niña. Al regresar a la ciudad, la señora de Ponce determinó inmediatamente visitar a la guardadora, para traerse la niña a casa nuevamente.

Además hacían mayor la confusión muchas familias de la alta sociedad, que, al enterarse por los periódicos de un espectáculo tan inesperado, llegaban ansiosamente sobre sus rápidos vehículos. Estas gentes privilegiadas se iban colocando junto al coloso, sin que los oficiales de la policía se atreviesen á hacerles retroceder.

Doña Manuela oía en silencio, sobrecogida con aquel inesperado disgusto, que aun para su escasa inteligencia era señal de otros mayores. La vehemencia de Tirso llegó a exacerbarse tanto, que la pobre vieja no pudo menos de decirle, casi con enojo: ¡Hijo, no manotees, que nos ve la gente!

Comunícase velozmente el mandato; pero ¿qué acontecimiento inesperado ha turbado de súbito al glorioso Amir?

En el ruido de las aguas al tragarse a Juanillo creyó oír éste un grito, palabras algo confusas; tal vez el viejo timonel que gritaba: «¡Hombre al aguaBajó mucho, ¡mucho! atolondrado por el golpe, por lo inesperado de la caída; pero antes de darse cuenta exacta de ello viose otra vez en la superficie del mar braceando, absorbiendo con furia el fresco viento... ¿Y la barca? No la vio ya.

Además, habían hecho un beneficio al pueblo, conduciendo al altar a una porción de señoritas de veinticinco a treinta, que, sin este inesperado socorro, se hubieran ido desecando tristemente. Ahora eran casi todas esposas obesas y tranquilas, madres de familia felices, rigiendo una casa bien abastecida.

Poco á poco sube hacia las cimas el nuevo verdor de bosques y de malezas; escala cañadas y barrancos para conquistar las quebraduras superiores junto al ventisquero. En lo alto, todo inesperado y alegre aspecto. Hasta las rocas sombrías, que parecían negras por su contraste, con las nieves, adornan sus fragosidades con matas verdes. También ellas participan de la primaveral alegría.

De cuando en cuando, pensaba que, siendo yo como era un pobre diablo, sin padre, sin fortuna, era demasiada generosidad de su parte interesarse por como se interesaba y me lo echaba en cara; pero cuando lo sorprendía con un progreso inesperado para él, o con un buen rasgo de conducta, entonces el buen viejo se exaltaba y pasaba los límites del entusiasmo en sus elogios.

Ya está aquí... Gracias, señora Catana: bien que la culpa no es suya ni de la cocinera, sino de nuestro madrugón, inesperado en la cocina... ¡Ea! don Claudio, adentro con eso... No tienen mala traza esos bollos. Hombre, ¿qué tal se anda aquí de pan? Bastante bien, como de carne y de leche... y de confituras. Pues estamos como queremos... Si te digo, Nieves, que esto de Peleches es Jauja...

Palabra del Dia

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