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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Palmoteaban unos, retorciéndose de risa por lo inesperado del espectáculo; gritaban otros, entusiasmados por el vigor y la rapidez con que saltaban los objetos del buque al mar; corrieron los camareros para dar aviso de estos desmanes, y apareció el mayordomo lanzando gritos y poniéndose con los brazos en cruz entre la borda y los tiradores.
Refúgiate siempre en mí... aun cuando te figures que yo soy el enemigo contra el cual necesitas protección. Estaba bien dicho, ¿no es cierto? Era porque la piedad y el buen deseo me inspiraban. ¡Qué pobre diablo era yo! ¡Como si un poco de juventud no valiera mil veces más que la piedad más tierna! Pero el efecto de mis palabras fue tan violento e inesperado que llegué a asustarme.
En el comedor se acentuó el carácter burlesco de las bromas con que se recibió el inesperado suceso. Se hacían cálculos respecto de la mayor o menor proximidad del alumbramiento, suponiendo que las cosas fueran por sus pasos contados a un feliz desenlace.
Atarugose mucho; sofocola el trance inesperado, y acabó por no saber de qué lado sentarse ni en qué sitio fijar la vista de sus turbados ojos. Entendido, hija mía, entendido exclamó al punto su padre, que no desperdiciaba síntoma ni detalle . Entendido de pe a pa, como si los mismísimos angelitos del cielo me lo cantaran al oído.
Se movió en su asiento nerviosamente al leer las primeras palabras. ¡Miss Margaret no había muerto!... La madre le decía simplemente que su hija estaba enferma, muy enferma, y para que recobrase la salud, ella rogaba á Gillespie que regresase cuanto antes á los Estados Unidos. Quedó aturdido por el texto inesperado del despacho. Experimentó una gran alegría, avergonzándose á continuación de ella.
Y así seguía hablando de los trajes y costumbres del tiempo del Imperio, imaginándose que aún subsistía todo y la Francia de hoy era como á principios del siglo. Mientras detallaba sus recuerdos, el maestro y su mujer le oían atentamente, y algunos muchachos, abusando del inesperado asueto, iban alejándose de la barraca atraídos por las ovejas, que huían de ellos como del demonio.
La vida, tan abundante y fecunda ¿no puede resolver de un modo inesperado una situación al parecer sin salida? ¿No debería la esperanza ser la última en morir? ¿Me toca entonces esperar?...» Persuadida de la conveniencia de hacerlo había esperado; pero ¿qué había conseguido con ello?
El Hombre-Montaña contestó á este saludo general moviendo sus dos manos y luego se inclinó cortésmente. ¡Cuidado, gentleman! ¡Acuérdese que estoy aquí! gritó Ra-Ra. Con el inesperado movimiento de su conductor, el pigmeo había saltado fuera del bolsillo y se mantenía agarrado al borde.
Apuntábanse las filas de gemelos a lo largo de la borda, y en el redondel de sus oculares aparecía un amontonamiento de rocas flanqueado por otras sueltas en forma de islotes; pedruscos negros, rugosos, que recordaban la piel de los paquidermos, y en torno de los cuales levantaba la resaca enormes rociadas de espuma. El mar tranquilo alterábase al tropezar con este obstáculo inesperado.
Lo grave, lo inesperado, lo terrible para mí estaba por otro lado: la calidad de lo que se me pedía en ella. Resuelto a cambiar de vida por algún tiempo, Dios sabe qué derroteros hubiera adoptado yo; pero es indudable para mí que jamás habría elegido el que mi tío deseaba y me proponía.
Palabra del Dia
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