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Los mineros miraban al barrenador rústico, y después cambiaban entre ojeadas de asombro. ¡Pero, aquel animal, no descansaba nunca! Palidecían como si de golpe se alterase su digestión, poniéndose de pie dentro de su estómago, todas las buenas cosas traídas de Bilbao y rociadas con Cordón Rouge.

Gozaba de algún renombre en los laboratorios de su patria... Y estaba allí aguantando las enjabonaduras y payasadas del barbero, estremeciéndose bajo las rociadas de los negros, sin conocer lo grotesco de una situación que hubiese irritado a otros, satisfecho tal vez de contribuir al regocijo de esta muchedumbre fatigada por la monotonía del Océano.

Las gentes morenas, susceptibles en extremo y con gran miedo al ridículo, tomaban como ofensas estas bromas inocentes. Ponían los gendarmes al neófito en manos del barbero, y éste lo hacía sentar sobre una escalerilla al borde de la piscina. Los dos negros se agitaban detrás de él mojándole las espaldas con furiosas rociadas que le hacían estremecer, mientras el rapabarbas procedía a su tocado.

Cuando salió a la cubierta, se detuvo en aquel lugar que en momentos de alegría había llamado «el rincón de los besos». A través de los vidrios del balconaje miró la proa, que oscilaba sobre el mar obscuro. Entre ella y el castillo central reflejábanse las luces eléctricas en el piso del combés, brillante aún por las rociadas de las olas.

Después hablaremos de estas rociadas, amigo Cornias... ¡Buena cabezada! Gracias que dimos en blando... La arribada ahora... Dos tablas, y sin carnero a bordo... ¡y qué andar, carape!

Ya sazona la masa de las morcillas, echando en ella, con rociadas magistrales y en la conveniente proporción, sal, orégano, comino, pimiento y otras especias; ya fabrica los chorizos, longanizas, salchichas y demás embuchados. La mayor parte de esto se suspende del humero en cañas o barras largas de hierro, lo cual presta a la cocina un delicioso carácter de suculenta abundancia.

La espuma, al caer sobre la cubierta, convertíase en agua, corriendo en ondulante lámina por las pendientes del entarimado y escurriéndose luego por las canaletas. Estas rociadas incesantes llegaban hasta el balconaje, empañando los vidrios con el goteo de sus lágrimas. Brillaba como metal la madera del combés y del castillo de proa bajo la continua inundación.

Cuando á fuerza de golpes, pellizcos, rociadas de agua, cruces y aplicaciones de palmas benditas volvió la joven en y dióse cuenta de su estado, ¡las lágrimas brotaron silenciosas de sus ojos, gota á gota, sin sollozos, sin lamentos, sin quejas! Ella pensaba en Basilio que no tenía más protectores que Capitan Tiago, y que, muerto éste, se quedaba por completo sin amparo y sin libertad.

Y hasta más de media noche duró la cena en el fondín principal del pueblo: un banquete de platos populares y substanciosos, tales como los soñaban aquellos ricos improvisados en su época de hambre: conejos de monte, gallinas en toda clase de guisos, bacalao bajo todas las formas, un interminable desfile de viandas vulgares rociadas desde la primera á la última con champagne de las mejores marcas.

Delante le trataba con extremada consideración, y sufría con paciencia las rociadas que de vez en cuando le soltaba.