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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Como quiera que, por lo general, se tiene una idea muy vaga de la gran importancia que reviste esta pequeña república, el súbito descubrimiento de lo inesperado duplica, como es natural, el deleite que produce una visita a ella.

Ya se habían congregado los diez combatientes frente á la tribuna del príncipe para recibir dos de ellos el galardón merecido, cuando el agudo toque de un clarín llamó la atención de los presentes hacia un extremo del palenque, ganosos todos de ver al inesperado caballero que así anunciaba su llegada.

Pasa un año: la separación fue sin decirse «hasta la vista»: se produce un reencuentro inesperado: y durante ese tiempo la amistad ha hecho en nosotros tales progresos que todas las barreras han caído, todas las precauciones han desaparecido.

Los soldados se esparcieron por las ruinas. Julio fué solo hasta el final de ellas, con el propósito de examinar las posiciones del enemigo, cuando, al dar vuelta á un ángulo de pared, tuvo el más inesperado de los encuentros. Un capitán alemán estaba frente á él. Casi habían chocado al doblar la esquina.

El muchacho avanzaba su cabeza de pequeño moro, como si pretendiese introducirla por el cristal. Fluxas... ¡Pare, fluxas! exclamaba con la sorpresa del que encuentra un amigo inesperado, señalando a su padre unos pistolones Lefaucheux.

La joven se irguió mostrando su alta estatura. Sus labios se estremecieron, pero no pronunciaron ni una palabra. Todo, en su actitud, demostraba un doloroso desdén. Se trata de Cristián Tragomer... Añadió Marenval. Pero se calló, al ver que aquel nombre producía un efecto tan inesperado. Me figuraba que quería usted referirse al señor de Tragomer, dijo fríamente María.

Ana iba como ciega, no oía ni entendía tampoco, pero la presencia grotesca de aquel compañero inesperado la hizo ruborizarse y sintió deseos locos de echar a correr. «La habían engañado, nada le habían dicho de aquella caricatura que iba a llevar al lado». «Oh, si ella tuviese todavía aquel espíritu sinceramente piadoso de otro tiempo, esta nueva mortificación, este escarnio, esta saturación de ridículo le hubiera agradado, porque así el sacrificio era mayor, la fuerza de su abnegación sublime».

Para una millonaria era este el más refinado de los insultos. ¿Has oído, Pepe? gritó mirando á su esposo. ¿Y consientes estas atrocidades en tu casa? Los ojos tímidos de Sánchez Morueta iban de su mujer á su primo, como asustado en su interna somnolencia por el inesperado choque. Me voy siguió gritando doña Cristina al ver la indecisión de su esposo. No quiero escuchar más á este hombre.

Su definitivo rompimiento con Muñoz, las Aliaga, Julio Lagos, y aquel inesperado diálogo interrumpido por Laura... Quiso arrancarse a esta gran inquietud del presente y penetrar en el recuerdo de los años de su infancia. Pero la sintió lejos, inconmensurablemente lejos.

Todo el dolor que el desengaño, que la ciencia del mal hasta aquel día inesperado iban despertando en el alma de la esposa, se expresaba en aquella frase: «Tenía miedo de pensar...» y Ferpierre, leyéndola otra vez, se afirmaba en su explicación, reconocía que la imprevista solución era lógica: ilógico, o por lo menos poco atento a los antecedentes, había estado él mismo al prever un desenlace contrario.

Palabra del Dia

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