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¡Ay de la vírgen morena que al pié de la ingente roca contra la que brava choca, rompiendo espumas la mar, sin miedo acercarse mira la nave que blandamente, mueve la brisa indolente la azul llanura al rizar!

Habia podido comparar la vieja España, representada en Toledo, con la España regenerada y progresista, revelada en Barcelona y Madrid: la primera basada en el aislamiento, inmóbil, indolente, rezandera en demasía, miserable y mendicante: la segunda buscando el progreso en la libertad y el movimiento, despreocupada, tolerante y pensando seriamente en lo porvenir.

Sus ojos, que me parecieron de dimensiones extraordinarias, interrogaron con una curiosidad indolente la escena que tenía lugar en el terrado. Y bien ¿qué es lo que hay? dijo con una voz tranquila. Le dirigí entonces una profunda inclinación, y maldiciendo una vez más mi saco de noche, que divertía visiblemente á aquellas niñas, me apresuré á subir las gradas de la escalera.

Muerta aquel mismo año de 1644 Isabel de Borbón, cuya inteligencia y nobles propósitos acaso hubieran logrado sobreponerse a la cachazuda e indolente condición de su marido, hizo este nuevo viaje acompañado del Príncipe Don Baltasar Carlos para que como a heredero del trono le jurasen las Cortes de Aragón y Valencia, y con ellos marchó Velázquez, sin que de esta expedición quede en libros y papeles noticia interesante a nuestro propósito: mas que como pintor, iría como sirviente; lo cual prueba una de dos cosas: que era tan poco dueño de , que no podía esquivar aquellas ocupaciones indignas de su genio, o que el Rey le estimaba tanto que no daba paso sin él.

Por la noche, cuando el barrio quedó tranquilo y se supo la verdad de lo ocurrido, viendo el hecho en todo su horror, el héroe no daba paz a la lengua para maldecir a aquel indolente Gobierno, que tales crímenes había permitido, si no por expreso consentimiento, por pereza y descuido casi tan execrables como el consentimiento mismo.

Pensó un momento en hacer un esfuerzo de voluntad y entrar en la redacción de un periódico... La empresa no era fácil: todos los puestos estaban ocupados, y él apenas si servía para esta labor. La fama del Homero indolente se había esparcido por todas las redacciones.

Su mejor recreo era ir con su madre a sentarse en el campo y tomar croquis de los sitios pintorescos o bien abismarse en algún ensueño de Lamartine o de Hugo mientras que la indolente criolla dormitaba mecida por la armonía de los versos y acariciada por el ardiente beso del sol que le recordaba su país.

Allá el hombre primitivo, tosco, brutal, indolente, semi-salvaje y retostado por el sol tropical, es decir el boga colombiano, con toda su insolencia, con su fanatismo estúpido, su cobarde petulancia, su indolencia increíble y su cinismo de lenguaje, hijos mas bien de la ignorancia que de la corrupcion; y mas acá el europeo, activo, inteligente, blanco y elegante, muchas veces rubio, con su mirada penetrante y poética, su lenguaje vibrante y rápido, su elevacion de espíritu, sus formas siempre distinguidas.

A ratos vivió alegre, igual que un gorrión, este poeta loco, amador e indolente; otras veces, sombrío cual Clitandro doliente... Cierto día, una mano llamó a su habitación. ¡Era la Muerte! Entonces, él suspiró: Señora, dejadme urdir las rimas de mi último soneto . Después cerró los ojos acaso, un poco inquieto ante el helado enigma para aguardar su hora...

Duro se nos hace creer que quien hombreándose con lo más granado de la nobleza española, pues alanceó toros en presencia de la reina doña Juana y de su corte, adquiriendo por su gallardía y destreza de picador fama tan imperecedera como la que años más tarde se conquistara por sus hazañas en el Perú; duro es, repetimos, concebir que hubiera sido indolente hasta el punto de ignorar el abecedario, tanto más, cuanto que Pizarro aunque soldado rudo, supo estimar y distinguir a los hombres de letras.