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Corneta exclamaba mirando al Bucentauro, navío general . Bien haiga quien te puso Rayo decía irónicamente mirando al navío de este nombre, que era el más pesado de toda la escuadra... Bien por papá Ignacio añadía dirigiéndose al Santa Ana, que montaba Álava . Echa toda la gavia, pedazo de tonina decía contemplando el navío de Dumanoir ; este gabacho tiene un peluquero para rizar la gavia, y carga las velas con tenacillas».

. El color rubio á lo Ticiano de su pelo no era natural. Yo no la he conocido sino rubia, pero ella debía ser de color castaño oscuro... Se hacía rizar el pelo, mientras que el de Juana Baud era rizado naturalmente. Está bien, dijo Cristián. Puedes continuar. Se volvió hacia Marenval y añadió con un gesto de satisfacción: Ahora ya á qué atenerme.

Por la mañana miró la helada negra que parecía oprimir cruelmente cada rama de hierba, mientras que el viento hacía rizar la charca roja, helada a medias. Pero al llegar la noche la nieve se puso a caer y le veló hasta aquella lúgubre perspectiva, encerrándolo estrechamente con su pena concentrada.

El 13 de junio Nébel volvió a Concordia, y aunque supo desde el primer momento que Lidia estaba allí, pasó una semana sin inquietarse poco ni mucho por ella. Cuatro meses son plazo sobrado para un relámpago de pasión, y apenas si en el agua dormida de su alma, el último resplandor alcanzaba a rizar su amor propio. Sentía, , curiosidad de verla.

No se movió el monóculo de su órbita, pero un temblor ligero de sorpresa parecía rizar su luminosa convexidad. La doctora se apresuró á responder: El conde es un diplomático ilustre que está ahora con licencia, cuidando su salud. Ha viajado mucho, pero no es marino. Y continuó sus explicaciones. Los Kaledine eran una noble familia rusa de tiempos de la gran Catalina.

¡Ay de la vírgen morena que al pié de la ingente roca contra la que brava choca, rompiendo espumas la mar, sin miedo acercarse mira la nave que blandamente, mueve la brisa indolente la azul llanura al rizar!

Siendo juez en Allariz, tuve un fuerte dolor, y como no había dentista, el promotor me sacó tres con unas tenacillas de rizar el pelo su señora. De resultas de eso me atacó una inflamación terrible en la boca, ¿sabe usted? Fui a Madrid, y Ludovisi, el dentista de la reina, me quemó las encías con un hierro candente y me sacó siete buenas... Van quince murmuró Valero.