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Actualizado: 21 de mayo de 2025


Discernirlo será imposible; abrazar á ciegas una cualquiera nos lo será todavía mas; y por otra parte, esto equivaldría á no profesar ninguna. Si en el filosofismo, ¿qué es el filosofismo incrédulo? Es una negacion de todo, las tinieblas, la desesperacion. ¿Andaremos en busca de otras religiones? Ciertamente que ni el islamismo, ni la idolatría, no nos contarán entre sus adeptos.

Quedoles el convencimiento de que en el mundo había algo que les era común y propio por igual, algo que todo lo perturba y equipara: el Dolor, deidad suprema que puede sembrar la duda en el espíritu del creyente y hacer que brote la esperanza en el pensamiento del incrédulo; pero alejado el peligro renació en su corazón la intransigencia, y ni Luciano atribuyó poder a su oración, ni Marcelo creyó en la eficacia del remedio.

Ansioso o incrédulo, no pudiendo creer en tanta felicidad, se pregunta: ¿Cómo es posible que sea para esta dicha inmensa... que no he merecido?... No, Juan, yo he conocido en usted la grandeza de la energía, la hermosura del espíritu de sacrificio, y usted ha penetrado en mi corazón haciéndome admirar la nobleza de una alma generosa dedicada al deber y al trabajo.

Tanta ingenuidad, ya conocida del incrédulo Delfín, era una de las cosas que más le encantaban en ella. Tiempo hacía que él notaba cierta sequedad en su alma, y ansiaba sumergirla en la frescura de aquel afecto primitivo y salvaje, pura esencia de los sentimientos del pueblo rudo. ¿Me engañarás otra vez, farsantuelo? No claves tanto, hija, que duele.

Una de estas veces marchaba Facundo Quiroga por una calle seguido de un ayudante, y al ver a estos hombres con frac que corren por las veredas, a las señoras que huyen sin saber de qué, Quiroga se detiene, pasea una mirada de desdén sobre aquellos grupos, y dice a su edecán: «Este pueblo se ha enloquecidoFacundo había llegado a Buenos Aires poco después de la caída de Balcarce. «Otra cosa hubiera sucedido decía si yo hubiese estado aquí. ¿Y qué habría hecho, general? le replicaba uno de los que escuchándole había; S. E. no tiene influencia sobre esta plebe de Buenos AiresEntonces Quiroga, levantando la cabeza, sacudiendo su negra melena, y despidiendo rayos de sus ojos, le dice con voz breve y seca: «¡Mire usted!, habría salido a la calle, y al primer hombre que hubiera encontrado, le habría dicho: ¡sígame!; ¡y ese hombre me habría seguidoTal era la avasalladora energía de las palabras de Quiroga, tan imponente su fisonomía, que el incrédulo bajó la vista aterrado, y por largo tiempo nadie se atrevió a desplegar los labios.

El Rey suspiraba incrédulo, y se acordaba de su conducta, que era la premisa lógica de su gota. De pronto cesaba el paseo: Su Majestad se detenía un rato ante el balcón por donde se veía la Plaza de Oriente, que entonces era un páramo. Miraba un rato las casas de Madrid, y dando un gran suspiro, tornaba al paseo lento y trabajoso.

El Cura, persona muy juiciosa y prudente, puso paz en ambos ejércitos, y la budística población volvió a su calma y tranquilidad habituales. Porras fué llevado a una reunión extraordinaria, especialmente convocada para que el incrédulo «Canta Claro» saliera de allí vencido «por los hechos». Así lo dijo en varios corrillos el sabihondo Jurado que era el más fanático de la cohorte nigromántica.

Tan despreciable es a mis ojos el incrédulo que finge devoción, cuanto es infame el creyente que blasfema de lo que tiene por santo. No quise que la duda me arrastrase al cinismo. He aceptado la desdicha por no doblegarme al envilecimiento, y, huyendo de reconocerme perjuro, he parado en ser apóstata.

Lo que yo puedo garantizar es que ni entonces, ni mucho después, cumplía con sus deberes religiosos. Si no un incrédulo, cuando menos era un tibio. Mi padre, que jamás ha querido mal a nadie, demostraba caprichosa inquina contra Belarmino. He aquí la razón. Mi padre, de su estancia en Compostela, estaba acostumbrado a moverse en un ambiente de ilustración, como decía él, o sea entre estudiantes.

Era este viaje el quinto que emprendía a las riberas del Plata, y mostraba una pericia de navegadora trasatlántica en su amabilidad con el personal del buque que mejor podía servirla, en la reserva discreta con que se mantenía aparte de los pasajeros de una clase social superior especialmente de las señoras, modo seguro de evitarse desprecios y malas palabras , y en su acierto al escoger su lugar en la cubierta, colocando el mismo sillón de junco, las almohadas y las mantas que le habían acompañado en anteriores viajes. «Yo voy a Buenos Aires casi todos los años había dicho al curioso Maltrana para cortar sus preguntas insidiosas . Es mi negocio; viajo por una gran casa de sombrerosMaltrana, malicioso e incrédulo, pensaba que la hermosa viajera comercial no debía llevar con ella otras muestras que los propios sombreros, un poco fatigados.

Palabra del Dia

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