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Actualizado: 5 de julio de 2025
Tanta ingenuidad, ya conocida del incrédulo Delfín, era una de las cosas que más le encantaban en ella. Tiempo hacía que él notaba cierta sequedad en su alma, y ansiaba sumergirla en la frescura de aquel afecto primitivo y salvaje, pura esencia de los sentimientos del pueblo rudo. ¿Me engañarás otra vez, farsantuelo? No claves tanto, hija, que duele.
A la chalupa no le fué posible embestir la barra por donde nosotros, por la mucha mar que podia sumergirla, y dió vuelta á los bajos, y desde afuera á remo vino á amarrarse á nuestro costado con mucho trabajo, y á no tener tan buena gente no lo hubiera logrado, ni tampoco entrar en el Rio Negro.
El ruido sordo de las ruedas del coche y el cascabeleo de las mulas contribuían a sumergirla en este arrobamiento. Cuando terminaron, quedó largo rato ensimismada. Por su gusto aquella oración no se hubiera terminado nunca. Pero el joven presbítero se había puesto el sombrero y miraba otra vez por la ventanilla. El paisaje se animaba bajo la claridad rosada de la aurora.
Temeroso ben Hamud de su influencia, le alejó de sí apenas hubo tomado posesion del trono, le incitó á la rebelion, salió contra él, y no sintió temblar su espada al ir á sumergirla en el pecho de su antiguo aliado.
Y si esta energía no se desenvuelve en el vacío de la contemplación, ni se apaga estéril en el campo de las ideas y del pensamiento puro, región helada y poco accesible a la mayoría de los humanos, sino que lucha a brazo partido con las fuerzas tiránicas de la naturaleza física o con otras voluntades personales tan imperiosas y tan férreas como la del héroe mismo, la emoción llega a lo trágico, y en medio del conflicto se disfruta el espectáculo más digno de la consideración humana, el que más eleva y ennoblece el espíritu, el de un poder racional y consciente en el pleno uso y ejercicio de su soberanía, que se reconoce y afirma más a sí propia cuando más braman en torno suyo las tempestades y más amenazan vencerla y sumergirla.
Imaginaba, allá en lo más hondo de su conciencia, llevarla algún oculto veneno, o hacerla perecer, sin arma alguna, ciñéndola la garganta; y, así, muerta por sus propias manos, ante el solo testimonio de Dios, sumergirla en el agua, con todos sus botes de olor y de tintura, para que la pila diabólica le sirviera de sepulcro.
Palabra del Dia
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