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En un punto, en un momento podía atender a la caridad y al amor, dos cosas que son una sola, hemisferios diversos de un solo mundo infinito. Algo había en el lugar solitario y recogido, así como en la pena de Isidora, que le incitó a no retardar más tiempo su generosa resolución. ¡Oh Dios del cielo!

Al llegar a esto del barco averiado, el lenguaje de la pobre señora, más que lenguaje, era un sollozo continuo. Rosalía, casi tan apenada como ella, la incitó a que explicara el motivo de tanta desdicha, para ver si, conocido de una manera clara y concreta, era fácil buscarle remedio. Mas la marquesa no supo o no quiso exponer su conflicto en términos categóricos.

Y se volvió David con todo el pueblo a Jerusalén. 7 Denostó él a Israel, mas lo hirió Jonatán, hijo de Simea hermano de David. 8 Estos fueron hijos del gigante en Gat, los cuales cayeron por mano de David y de sus siervos. 1 Mas Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que contase a Israel.

No pasó así con los niños, lavados con las saludables aguas del santo bautismo, cuyos cuerpecitos quedaron blancos y hermosos como si aun á ellos se les hubiese comunicado el candor de sus inocentes almas. El primero que cayó en las manos de la divina justicia, fué aquel ministro diabólico, que incitó á los suyos á poner por obra lo que su dios le había inspirado.

Talín por su parte apretó los pies de tal modo que por mucho que corrieron aquellos bandidos no lograron darle alcance. Volviéronse mohinos al cabo de algún tiempo y al tropezar con el capitán su despecho les incitó á gruñirle; pero éste alzó el bastón de modo tan airado que huyeron sin realizar su propósito. ¡Para bromitas estaba nuestro hidalgo!

Para todo el mundo se llamará sir Herbert Carlton; para usted, Jacobo de Freneuse. ¡Dios mío! ¿Qué intentan ustedes? preguntó miss Maud con inquietud. Ya lo verá usted. Puesto que este asunto le apasiona, va usted á asistir á una de sus peripecias más importantes. Usted me incitó á arriesgarlo todo para salvar á mi amigo; ahora es preciso que me ayude á llegar hasta el fin, suceda lo que quiera.

No se separaron ya, y yo, distraído por mis ocupaciones, por mis apuros y por mis placeres, no podía imaginar lo que tenía de apasionado la ternura que se dedicaban las dos mujeres. Sorege fué el que me llamó la atención sobre ese asunto. Con su prudencia habitual y por medio de insinuaciones, despertó mis sospechas y me incitó á comprobarlas. Sorege parecía indignado contra ellas, echaba pestes contra tales vicios, que á me tenían sin cuidado, y al oirle se hubiera creído que era el amante de una de ellas. Le vi exasperado hasta tal punto, que le pregunté si estaba en relaciones con Juana Baud.

Estaba en preparativos para repantigarse en su diván, y lo incito, no sin vacilar, a que se reconcilie con Lotario... naturalmente, para tantear ante todo el terreno. Como lo había previsto, en seguida monta en cólera, jura, se sofoca, se pone lívido, y me señala la puerta. Pero digo yo, supongamos que él reconoce su error y abandona el pleito...

Se le hicieron mil preguntas más indiscretas las unas que las otras; le preguntaron la verdad sobre la Máscara de hierro, se le incitó a que dijese el verdadero nombre del autor de las Cartas de Junio, se le pidieron detalles sobre el anillo de Gyges, sobre la Conspiración de las pólvoras, sobre el Consejo de los Diez y por si aun esto fuera poco se le invitó a que expusiera su opinión sobre los resortes de gobierno.

Prosiguióse esta empresa el año 1683 en el gobierno de D. Fernando de Mendoza Mate de Luna, para la cual fueron señalados los Padres Juan Antonio Solinas, natural de Olinis, en Cerdeña, y Diego Ruiz, valenciano; habían ya agregado algunos indios Ojotades y Taños á una nueva Reducción, con nombre de San Rafael; pero envidioso el común enemigo, y temiendo de aquellos principios nuevos progresos, incitó por medio de sus hechiceros á ciento cincuenta Tobas y á cinco tropas de Mocovíes que quitasen la vida á los Misioneros: vinieron al lugar donde estaban, y hallando sólo al Padre Solinas, por haber ido á Salta por bastimentos el P. Ruiz, le dieron la muerte, y también á otro venerable sacerdote llamado don Pedro Ortiz de Zárate, á 27 de Octubre de aquel mismo año.