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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Comprendía el dolor de ella viendo el traje de luto que llevaba por la muerte de la madre de su esposo. Además, ¡el triste fin de Pirovani, la fuga de Canterac, tantos sucesos en tan poco tiempo!... Es muy triste, señora marquesa, lo que le ocurre, pero no por eso debe usted llorar. Y se atrevió á tomarle las manos, oprimiéndoselas dulcemente antes de apartarlas de sus ojos, húmedos de llanto.

Ahora cantaba á media voz, con los ojos húmedos por la poesía de sus recuerdos. Pero el viejo no podía escucharle. Excelencia: lo han fusilado... Acaban de matarle, á pesar de la orden. La sonrisa del jefe le hizo comprender de pronto su engaño. Es la guerra, querido señor dijo, cesando de tocar . La guerra con sus crueles necesidades... Siempre es prudente suprimir al enemigo de mañana.

Es un grupo de mujeres que huelen a marinada, con los ojos encendidos y las greñas flojas, con los vestidos húmedos, pardos, de una tristeza salobre, restos de otros lutos. El Señor Don Juan Manuel dispuso que se diese a cada viuda una carga de maíz. ¡Fué la sola cosa que habló! ¡Vamos allá! ¡Dios te lo premiará, mi hija! Una antesala en la casona.

Aquí se detuvo; sin duda le faltó el habla ó el entendimiento. Tenía los ojos húmedos, y se apartaba otra vez el cabello que le cubría parte de la frente. Lázaro se sintió humillado. Casi le avergonzaba la cruel y brusca acusación que su conducta en aquella tarde memorable había hecho á la inocencia.

Del Primer estrado abierto, con sus cuatro hoteles curiosos, se sube, por la escalinata de hélice, al descanso segundo, donde se escribe y se imprime un diario, a la altura de la cúpula de San Pedro. El cilindro de la prensa da vueltas: los diarios salen húmedos: al visitante le dan una medalla de plata.

Ojos negros, luminosos, húmedos; nariz delgada, fina, correctísima; boca agraciada; mejillas en las cuales se dibujaban apenas lindos hoyuelos, que más acentuados, al reir la joven, serían encantadores. ¡Buen cantante! díjele, mirando al pajarillo. Le molestaría un poco. Desde muy temprano se suelta cantando. A veces, agregó, haciendo un mohín risueño, ¡está insufrible!

El bebé se llevó las manos al pecho, y por los agujeros del cartón viéronse los ojos húmedos, lacrimosos. Maltrana, turbado por las palabras de la máscara, no acertó a contestar. Instintivamente llevó una mano al antifaz y tiró de él. Apareció el rostro de Feliciana congestionado, con los ojos llenos de lágrimas. Al verse con la cara descubierta, quiso escapar; después intentó sonreír.

Sus cabellos son rubios y claros, y están anudados por detrás de un modo sencillo y original: los ojos de un azul oscuro como el cielo de Andalucía: la frente un poco estrecha, como la de las estatuas griegas: la nariz delicada y correcta: los labios delgados y rojos y siempre húmedos: la barba bien señalada, y el cuello mórbido y flexible.

¡Ah, , Sol! y Sol le pasaba la mano por la frente, y le apartaba de ella los cabellos húmedos. Lucía arreglaba las almohadas de manera que Ana pudiera estar como sentada. Sus amigas todas rodeaban la cama, y Ana, sin fuerzas aun para hablar, les pagaba sus miradas de angustia con otras de reconocimiento. Parecía que era dichosa.

Quedó el ingeniero con la diestra inmóvil y la pluma en alto. Había perdido su rígida impasibilidad de hombre autoritario. Tenía los ojos húmedos á causa de su emoción y se pasó una mano por ellos. Hizo un esfuerzo para reconcentrar su voluntad y siguió escribiendo el final de su carta: «¡Adiós á ti, esposa mía! ¡Adiós, hijos míos! Hasta el próximo correo. Roger de Canterac

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