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Actualizado: 14 de mayo de 2025


Por eso digo que soy muy mala, muy mala. Guillermina dio un gran suspiro. En presencia de aquel terrible antagonismo entre el corazón y las leyes divinas y humanas, problema insoluble, su gran piedad inspirole una idea sublime. «Bien que es difícil mandar al corazón. Pero eso mismo le da a usted motivo para dejar de ser mala, como dice, y adquirir méritos inmensos.

Segismundo había llamado a Guillermina desde la puerta de la alcoba. Allí cuchichearon algo referente a Fortunata, y habiéndole preguntado a la santa su parecer respecto al joven Rubín, la fundadora se expresó de este modo: «Lo último que me ha dicho es el colmo de la sabiduría y de la cordura; pero...». No las tiene usted todas consigo... Ni yo tampoco. ix

Pero qué, ¿se cansa usted mucho hoy...? Pues vamos despacio, más despacio si usted quiere... ¡Ah!, ya me ha contado Guillermina que hoy estuvo usted muy santito... Así me gusta a la gente. ¿Por qué no fue usted a verme?... ¡Estaba yo más salado...! Si no lo sabía. ¿Vuelve usted mañana? ¿De veras que va usted a ir a verme?... ¡Cómo se reirá de ! ¡Reírme! ¡Qué cosas se le ocurren!

Que D. Amadeo, cansado de bregar con esta gente, tira la corona por la ventana y dice: «Vayan ustedes a marcar al Demonio». ¡Todo sea por Dios! exclamó Guillermina dando un suspiro y volviendo imperturbable a su trabajo. Jacinta pasó al salón, más que por enterarse de las noticias, por ver a su marido que aquel día no había comido en casa.

Y no se habló más del loco. Por la noche fue Guillermina, y Jacinta, que conservaba la mugrienta tarjeta con las señas de Ido, se la dio a su amiga para que en sus excursiones le socorriese. En efecto, la familia del corredor de obras (Mira el Río 12), merecía que alguien se interesara por ella. Guillermina conocía la casa y tenía en ella muchos parroquianos. Después de visitarla, hizo a su amiguita una pintura muy patética de la miseria que en la madriguera de los Idos reinaba. La esposa era una infeliz mujer, mártir del trabajo y de la inanición, humilde, estropeadísima, fea de encargo, mal pergeñada.

Al fin caemos en la cantidad... Jacinta veía el cielo abierto... pero este cielo se nubló cuando el bárbaro desde un rincón, donde su voz hacía ecos siniestros, soltó estas fatídicas palabras: «Ea... pues... mil duros, y trato hecho». ¡Mil duros! dijo Guillermina . ¡La Virgen nos acompañe!, ya los quisiéramos para nosotros. Siempre será un poquito menos. No bajo ni un chavo. ¿A que ?

Pero lo verdaderamente singular era que Guillermina, tan dueña de su palabra normalmente, estaba también azorada aquel día, y no sabía cómo desenvolverse. El escondite de su amiga la llenaba de confusión, porque era un engaño, un fraude, una superchería indigna de personas formales.

Rubín e Izquierdo estaban sentados en el sofá de la sala, ambos silenciosos, Fortunata llamó a Ballester y a Platón para contarles lo que había hecho, y en tanto Guillermina se fue a sentar junto a Maximiliano, insinuándose con él por medio de una sonrisa de benignidad.

El inglés entró, y a poco, cuando ya su amo estaba vestido, le trajo el . Guillermina, sirviéndole el desayuno, le decía: «Abrígate bien, que las mañanas están frescas. No sea cosa que por empezar tu vida nueva, vayas a coger una pulmonía». Mejor... me he convencido de que vivir es la mayor de las sandeces le dijo él, bajando la escalera . ¿Para qué vive uno? Para padecer.

Si no, no dijo Guillermina volviendo . Más te conviene dormir que rezar. ¿Necesitas algo? ¿Quieres agua con azúcar? Ya está aquí. Retírate, que también has de dormir. Pobrecilla, no cómo resistes... ¡Vaya un trabajo que te tomas!... Iba a decir «¿y todo para quépero se contuvo.

Palabra del Dia

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