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Actualizado: 14 de julio de 2025


Después de revolver mucho, fue encontrado el documento. «Eso dijo Fortunata , se lo da usted a mi amiga doña Guillermina». Pero no vale sin transferencia replicó el hablador examinando el papel. ¿Sin qué? Sin transferencia en toda regla. Pamplinas. Es mío, y yo lo puedo dar a quien quiera. Coja usted la pluma, y ponga que es mi voluntad que esas acciones sean para doña Guillermina Pacheco.

Rabia, rabia, rabia... Y no los tendrás, no los tendrás nunca, y yo ... Rabia, rabia, rabia...». Más allá del Banco volvió a reírse. Su monólogo era así: «¡Lo mismo que la otra, la señora del Espíritu Santo...! Doña Mauricia, digo, Guillermina la Dura... Quiere hacernos creer que es santa... ¡buen peine está!

«Oye le dijo en secreto Guillermina, deteniéndola, y ambas se miraban con picardía; con veinte duros que le sonsaques hay bastante». iii «En Bolsa no se supo nada. Yo lo supe en el Bolsín a las diez dijo Villalonga . Fui al Casino a llevar la noticia. Cuando volví al Bolsín, se estaba haciendo el consolidado a 20. Lo hemos de ver a 10, señores dijo el marqués de Casa-Muñoz en tono de Hamlet.

Hay que decir de paso que doña Lupe estaba algo desilusionada, pues había creído que Guillermina iba siempre a sus visitas benéficas con un regimiento de señoras. «¿Pero dónde están esas damas distinguidas de que hablan los periódicos? Por lo que voy viendo, aquí no viene más dama que yo». Viendo Fortunata que Mauricia se dormía profundamente, salió a la sala. No había nadie.

Entró Guillermina en su casa a las nueve y media de aquel día que debía de ser memorable. Tan temprano, y ya había andado aquella mujer medio mundo, oído tres misas y visitado el asilo viejo y el que estaba en construcción, despachando de paso algunas diligencias.

«Ja, ja, ja... nos llama tías... exclamó Guillermina echándose a reír cual si hubiera oído un inocente chiste . Vaya con el excelentísimo señor... ¿Y piensa que nos vamos a enfadar por la flor que nos echa? Quia; yo estoy muy acostumbrada a estas finuras. Peores cosas le dijeron a Cristo. Señora... señora... no me saque la dinidá; mire que me estoy aguantando... aguantando...

No había acabado de decirlo, cuando oyeron los chillidos del pobre niño. No pudiendo contenerse, Guillermina se levantó y fue hacia la chapa agujereada, y por allí echó estas vehementes expresiones: «¡Hijo mío, esa loca que no viene!... tienes razón... ¡bribona!

Doña Lupe estaba muy satisfecha; pero sospechando que la fundadora iba a sacar el temido guante, se despidió con prisa. «Amiga de mi alma, la obligación me llama a mi choza...». , le dijo Guillermina . La obligación antes que nada. Hasta luego. Y llevando aparte a Fortunata en el corredor, su tía le dijo: « te quedarás aquí un ratito; si hay petitorio, no quedaremos nosotras en mal lugar.

Como su padre, que el día que no le engaña uno le engañan dos». Guillermina, después de sacar varios bonos, como billetes de teatro, y dar a la infeliz familia los que necesitaba para proveerse de garbanzos, pan y carne por media semana, dijo que se marchaba. Pero Jacinta no se conformó con salir tan pronto.

Jacinta y Guillermina se acobardaron un momento; pero luego la primera lanzó un grito de angustia, y la santa salió a pedir socorro. No tuvo tiempo Fortunata de prolongar su altercado ni de volver en , porque apareció en la puerta el criado de Moreno, que era un inglesote como un castillo, y a poco vino también doña Patrocinio, y después el mismo Moreno.

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