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Actualizado: 14 de junio de 2025
Pero cuando le dijo a Mauricia que se marchara, esta no quiso, y empezó a poner de oro y azul a doña Guillermina, hallándose esta presente, y a todas las señoras de las Juntas católicas, diciendo que eran unas tales y unas cuales. ¡Qué bribona! Si es atroz... le entran esos toques, y no sabe lo que dice. Doña Guillermina no se acobardó por esto, ni renunció a llevársela.
A su Guillermina, Que se erguía ante él envuelta en un sudario. Al llegar a eso, Gertrudis se estremece; y, llena de angustia, con sus grandes ojos azorados, mira fijamente delante de ella, a través de la sombra del crepúsculo... pero su sonrisa pone de manifiesto, al mismo tiempo, un delicioso éxtasis. Pero lo maravilloso en ese cuaderno es una composición titulada: La bella molinera.
Alguien ha dicho que amores desgraciados la empujaron a la devoción primero, a la caridad propagandista y militante después. Mas Zalamero asegura que esta opinión es tan tonta como falsa. Guillermina, que fue bonita y aun un poquillo presumida, no tuvo nunca amores, y si los tuvo no se sabe absolutamente nada de ellos. Es un secreto guardado con sepulcral reserva en su corazón.
«Pero Guillermina... ¡Qué mujer esa! prosiguió la de Jáuregui, después de una triste pausa, poniendo los ojos en blanco . ¿Creerás que la amortajó con sus propias manos? No haría más si fuera su hija. Ella la lavó... ella la vistió... ella le puso el hábito... y tan tranquila. Yo habría querido ayudar; pero, francamente, no sirvo para esas cosas. Me parecía natural el ofrecerme.
Créemelo porque yo te lo digo: cuando se me serenó el sentido, estaba abochornada... El único a quien guardaba rencor era al tío capellán. Me lo hubiera comido a bocados. A las señoras no. Me daban ganas de ir a pedirles perdón; pero por el aquel de la dinidá no fui. Lo que más me escocía era haberle tirado un ladrillazo a doña Guillermina.
Refirió entonces Maxi un pasaje curiosísimo y reciente de la historia de la tal Mauricia, que había sido contado aquella misma tarde, después de la cura, por el Sr. de Aparisi, uno de los que solían ir de tertulia a la botica. «Pues esa buena pieza, en una de las tremendas borrascas que le produce el maldito vicio, fue recogida de la calle por los protestantes, que tienen su capilla y casa en las Peñuelas». Enterose doña Guillermina, la señora esa que pide para los huérfanos de la calle de Alburquerque, y lo mismo fue saberlo, que volarse... Vean ustedes.
Algo dijo, sin embargo, que animó la desmayada conversación de aquella noche. «¿Saben ustedes cuál es una de las cosas que me cargan más en España? La costumbre que tienen las criadas de ponerse a cantar cuando trabajan. Parecía natural que en mi casa me viera yo libre de este tormento. Pues no señor. Tiene mi tía Guillermina una criadita cuya boca vale por dos murgas. No vale mandarla callar.
Resolviose la cuestión del Pituso conforme a lo dispuesto por don Baldomero, y la propia Guillermina se lo llenó una mañanita a su asilo, donde quedó instalado. Iba Jacinta a verle muy a menudo, y su suegra la acompañaba casi siempre.
Le doy a usted dijo Aparisi, acompañando su generosidad de un gesto imperial , la friolera de sesenta metros cúbicos de piedra sillar que tengo en la Guindalera. ¿A cómo? preguntó Guillermina, mirándole con los ojos guiñados y apuntándole con la aguja de media. A nada... La piedra es de usted. Gracias, Dios se lo pague. Y el marqués, ¿qué me da?
Mañana mismo, tía; yo la acompaño a usted dijo entusiasmado el chico . Verá usted mi abismo, y cuando lo vea me empujará. Y fue al día siguiente doña Lupe, vestida con los trapitos de cristianar, porque antes había ido a la gran función del asilo de doña Guillermina, por invitación de esta, de lo que estaba muy satisfecha.
Palabra del Dia
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