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Por la plaza pasaba todo el vecindario de la Encimada camino del cementerio, que estaba hacia el Oeste, más allá del Espolón sobre un cerro. Llevaban los vetustenses los trajes de cristianar; criadas, nodrizas, soldados y enjambres de chiquillos eran la mayoría de los transeúntes; hablaban a gritos, gesticulaban alegres; de fijo no pensaban en los muertos.

Deslizose Amparo entre el grupo de la buena sociedad marinedina, y se introdujo en el templo. Hacia el presbiterio se colocaban las señoritas, arrodilladas con estudio, a fin de no arrugarse los trapos de cristianar, y como tenían la cabeza baja, veíanse blanquear sus nucas, y alguna estrecha suela de elegante botita remangaba los pliegues de las faldas de seda.

Venía vestido con los trapitos de cristianar, peinado en la peluquería, con una raya muy bien sacada desde la frente a la nuca, y las mechas negras chorreando olorosa grasa, las botas nuevas y sombrero de copa muy lustroso. «¡Qué deseos tenía de verla a usted...! No me atrevía a venir... Pero doña Lupe me ha instado tanto para que venga, que al fin... No, no, no tema que Maximiliano descubra dónde usted está.

Las mujeres de todas las clases sociales habían sacado sus trapitos de cristianar para adornarse aquel día. Ninguna iba con la cabeza descubierta. Todas, no tenían mantilla, llevaban mantones de lana ligera, o bien pañuelos que denominaban allí seáticos, o sea percal lustrosísimo, que imita la seda.

Y hasta madre me comprometo a ser si me le dan... le tomo, aunque esté sin cristianar. Yo le bautizaré. Pero no hay que hablar de esto. Me contento con ser madrina del primer Morenito que nazca, y le diré a mi marido que me lleve a Londres para el bautizo... Moreno se levantó. Se sentía muy mal, y las palabras de la Delfina le excitaban extraordinariamente.

Mañana mismo, tía; yo la acompaño a usted dijo entusiasmado el chico . Verá usted mi abismo, y cuando lo vea me empujará. Y fue al día siguiente doña Lupe, vestida con los trapitos de cristianar, porque antes había ido a la gran función del asilo de doña Guillermina, por invitación de esta, de lo que estaba muy satisfecha.

La intervención en un problema familiar y privado costó a Bautista la vida, trágico episodio que nos debe enseñar a ser cautos, no metiéndonos nunca en los asuntos de la casa ajena. Pero la institución del bautismo triunfó de una manera absoluta. Tan grande y pleno fué este triunfo, que las palabras «bautizar» y «cristianar» se hicieron sinónimas. Y no hay cristiano sin bautismo.

El Marqués gritaba desde la galería del primer piso: ¡Eh, locos! ¡locos! que os echo los perros, que destrozáis la yerba de Pepe.... ¿Qué va a cenar el ganado? ¡Locos!... Pepe, no lejos del pozo, vestido con los trapos de cristianar, más una corbata negra que había creído digna de un factor, dejaba hacer, dejaba pasar, se rascaba la cabeza y sonreía gozoso....

Por la tarde salieron todos a paseo con los trapitos de cristianar, en correcta formación, los pequeños muy compuestitos, mamá y papá tan graves y apersonados como siempre.

Entre los últimos visitantes abundaron las buenas y honradas intenciones, los generosos deseos, hasta móviles de gratitud no olvidada a pesar de los años transcurridos; y en los más de los ejemplares se entendía bien claro que si llevaban encima los trapitos de cristianar y las vistosas galas, no lo hacían por vana ostentación, sino como debido tributo a la importancia de los señores visitados.