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Actualizado: 14 de junio de 2025


Dejarla, dejarla dijo la Superiora . No decirle una palabra más. A la calle, y hemos concluido. Con gran dificultad se levantó Mauricia del suelo y recogió su ropa. Al ponerse en pie pareció recobrar parte de su furor. «Que se te queda este lío». Las botas, las botas. La tarasca lo recogió todo. Ya salía sin decir nada, cuando Guillermina la miró severamente. «¡Pero qué mujer esta!

Lo que hacía Guillermina era para asustar a cualquiera. Fortunata no se creía con valor para tanto. Y sin embargo, al ver a la insigne dama aristocrática humillarse de aquel modo, avergonzose de no tener valor para imitarla, y sacando fuerzas de flaqueza, ofreció su ayuda.

Rosita era graciosa, pero desmedrada y clorótica, de color de marfil. Llamaba la atención su peinado en sortijillas, batido, engomado y puesto con muchísimo aquel. «¿Pero qué hace usted, mujer, con esa pinturapreguntó Guillermina a Nicanora. Soy lutera.

La asociación benéfica a que pertenecía no se acomodaba al ánimo emprendedor de Guillermina, pues quería ella picar más alto, intentando cosas verdaderamente difíciles y tenidas por imposibles. Sus talentos de fundadora se revelaron entonces, asustando a todo aquel señorío que no sabía salir de ciertas rutinas.

El buen Segismundo se esforzaba en tranquilizarla sobre este particular, y habiendo observado que el recuerdo de otras personas excitaba y encendía su ánimo favorablemente, le habló de doña Guillermina y de su hermosa vida. «¿Sabe lo que me dijo al salir?

La rama de los Moreno-Isla establecía además un enlace remoto entre doña Casta y Guillermina Pacheco; pero este parentesco era ya de los que no coge un galgo. Guillermina y la viuda de Samaniego no se habían tratado nunca. Jactábase doña Casta de haber educado muy bien a sus dos hijas. La mayor, Aurora, guapetona, viuda de un francés, era mujer de mucha disposición para el trabajo.

Sin abandonar aquella actitud de desconfianza y miedo, Fortunata pareció alegrarse de ver a Guillermina, que la saludó con extremada amabilidad, demostrando un gran interés por ella y por su niño. «¡Qué gusto verla a usted! exclamó la pecadora sin moverse . Tenía yo ganas de que viniera para decirle una cosa...». Pues ya me la está usted diciendo, porque me voy a escape.

Jacinta y Guillermina hablaron un momento con el médico, que se despidió luego. «Entraré un ratito a verla dijo la Delfina a su amiga, sentándose en el sofá . ¿Va usted a estar aquí mucho tiempo?». Tengo que pasar al otro corredor a ver al zapatero... Pobre hombre, no ha querido ir al hospital. Yo no había visto nunca un caso de hidropesía semejante.

Rosita apilaba pliegos y resmas sin decir una palabra. Nicanora hizo a Jacinta, mirando a su marido, una seña que quería decir: «Hoy está bueno». Después empezó a pasar rápidamente la brocha sobre el papel, como se hace con los estarcidos. Y las suscriciones de entregas preguntó Guillermina , ¿dan algo que comer?

Con permiso de usted, la voy a besar otra vez. No la había besado nunca. No me atrevía, ni ella lo habría consentido, porque era la persona más honrada y honesta que usted puede imaginar». Guillermina sentía tanto asombro como lástima ante las demostraciones de aquel buen hombre que con tanta franqueza se expresaba.

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