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Actualizado: 14 de junio de 2025
«Ya le he prometido al Sr. de Izquierdo dijo Guillermina , que se le procurará una colocación, y por de pronto ya le he dado mi tarjeta para que vaya a ver con ella a uno de los artistas de más fama, que está pintando ahora un magnífico Buen Ladrón. Vaya... quédese con Dios». Despidiose de ellas el futuro modelo con toda la urbanidad que en él era posible, y salieron.
«Mamá, por las llagas y por todos los clavos de Cristo, no me traigas acá a Aparisi... Ahora le da porque todo ha de ser obvio... obvio por arriba, obvio por abajo. Si me le traes le echo a cajas destempladas». Vaya, no digas tonterías. Puede que entre a saludarte; pero saldrá en seguida. ¿Quién ha entrado ahora?... ¡Ah!, me parece que es Guillermina. Tampoco la quiero ver.
Las tres señoras estuvieron un momento solas, hablando de aquel proyecto de Guillermina, que seguía cose que te cose, ayudada por Jacinta. Hacía algún tiempo que a esta se le había despertado vivo entusiasmo por las empresas de la Pacheco, y a más de reservarle todo el dinero que podía, se picaba los dedos cosiendo para ella durante largas horas.
Guillermina se quedó atontada cuando oyó esta atrocidad: «¡Angelical!... sí, todo lo angelical que usted quiera; pero no tiene hijos. Esposa que no tiene hijos, no es tal esposa». Guillermina se quedó tan pasmada, que no pudo responder.
Guillermina pasó a la salita en busca de Ballester, que estaba muy cariacontecido junto a los cristales de la ventana, mirando a la plaza, y le dijo: «Está esa mujer excitadísima, y me temo que se seque... ¿Hay aquí antiespasmódica?». Sí, sí, la preparé yo con muchísimo esmero; pero traeré más esta noche. ¿Dice usted que está excitadísima? Pero atroz... Cabeza trastornada; dice mil despropósitos.
La cara no era la misma; pero la expresión sí... y la voz, se le había enronquecido como la de las personas que beben aguardiente. «¿En qué piensa usted? ¿Por qué me mira tanto?» le preguntó Guillermina, que ya estaba impaciente por terminar.
Está visto; no sirve usted para madre... ¡Ángel de Dios!, hace dos horas que está rabiando... Si usted no se enmienda, tendremos que mirar por él. viii Abrió y entraron todos atropelladamente; Fortunata delante, Guillermina agarrada a ella, y detrás Ballester, Maxi, Izquierdo y Segunda.
Cada palabra de Guillermina fue como un guijarro. En aquel momento, cogido el pañuelo por las dos puntas hacía con él una soga. No se puede saber si fueron espontaneidad aturdida o bien reflexión deliberada estas palabras suyas: «Es que yo soy muy mala; no sabe usted lo mala que soy».
A ver, doña Guillermina, espere un ratito añadió Ramón . ¿Es cierto lo que me han contado, que usted, cuando no cae bastante dinero en la suscrición para la obra, le cuelga a San José un ladrillo del pescuezo para que busque cuartos? El señor San José no necesita de que le colguemos nada, pues hace siempre lo que nos conviene... Con que buenas noches; ahí les queda ese caballerito.
Y puedes creerlo, si como historia el caso es falso, como novela es cursi. Si no, fíjate en las personas que te han ayudado al desarrollo de tu obra: Ido del Sagrario, un flatulento; José Izquierdo, un loco de la clase de cabellerías; Guillermina, una loca santa, pero loca al fin. Luego viene mamá, que al verte a ti chiflada, se chifla también.
Palabra del Dia
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