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Actualizado: 24 de julio de 2025
Su marido, el señor Cuervo, y sus hijos comían los garbanzos duros, se lavaban sin toalla porque ella había salido con las llaves, como siempre, y no acababa de volver. «¿Cómo había de volver si aquella empecatada de Regenta no se daba a partido, y resistía al hombre irresistible con heroicidad de roca?». El mísero empleado del Banco retorcía el bigotillo engomado y con voz de tiple decía a la muchedumbre de sus hijos que lloraban por la sopa: Silencio, niños, que mamá riñe si se come sin ella.
Se despidió al poco rato; ya había dado su noticia, ya sabía lo que quería; no era cosa de perder el tiempo; necesitaba hacer en otra parte otra buena obra por el estilo. Se marchó, como la marejada que se retira. Dejó los senderos blancos como si los hubiesen peinado. La escoba almidonada de enaguas y percal engomado dejó su rastro de rayas sinuosas y paralelas grabado en la arena.
Medio siglo menos un lustro, victoriosamente combatido por un sastre, y mucho aliño y cuidado de tocador; las espaldas queriendo arquearse un tanto sin permiso de su dueño; un rostro de palidez trasnochadora, sobre el cual se recortaban, con la crudeza de rayas de tinta, las guías del engomado bigote; cabellos cuya raridad se advertía aún bajo el ala tersa del hongo de fieltro ceniza; marchita y abolsada y floja la piel de las ojeras; terroso el párpado y plúmbea la pupila, pero aún gallarda la apostura y esmeradamente conservados los imponentes restos de lo que antaño fue un buen mozo, esto se veía en el desposado.
Rosita era graciosa, pero desmedrada y clorótica, de color de marfil. Llamaba la atención su peinado en sortijillas, batido, engomado y puesto con muchísimo aquel. «¿Pero qué hace usted, mujer, con esa pintura?» preguntó Guillermina a Nicanora. Soy lutera.
Engomado, teñido, peinado y reluciente a fuerza de cosméticos, y bailando sobre las puntas de los pies, por no permitirle andar de otra manera el calzado estrechísimo, que le torturaba, sin disimularlos del todo, dos morrocotudos juanetes, entró con grande prisa en la terraza el tío Frasquito, tío universal de toda la Grandeza de España, y de aquellos sus adyacentes de nobles de segundo orden, ricachos de todos cuños, notabilidades políticas y literarias, capigorrones de oficio, aventureros atrevidos y personajes anónimos que forman el todo Madrid de la corte, el abigarrado dessus du panier del gran mundo madrileño.
Palabra del Dia
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