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Actualizado: 22 de junio de 2025
Superada esta primera e insulsa impresión de santito alfeñicado, de la fisonomía del sacerdote emanaba un no sé qué de personal y sugestivo. El rojo de sus mejillas era patológico; debía de padecer del corazón. Como era guapito y harto joven para la dignidad eclesiástica que ostentaba, quizás algún malicioso presumiese que la había alcanzado mediante el favor de las omnipotentes faldas.
Volvió rápidamente la cabeza... y ¡mire usted que estaba bien...! ¡Un señor venerable, con cara de santito, entretenerse en tales porquerías! Doña Manuela lanzó una mirada tan severa al vejete de rostro bondadoso, que el sátiro retrocedió, levantando el embozo de la capa con sus audaces manos.
En tal caso no tenía más remedio que volverse él santito también, dedicarse a la Iglesia y hacerse cura... ¡Jesús qué disparate! ¡Cura!, ¿y para qué? De vuelta en vuelta, su mente llegó a un torbellino doloroso en el cual no tuvo ya más remedio que ahogar las ideas, para librarse del tormento que le ocasionaban. Intentó estudiar... Imposible.
Lo que tú le digas que haga, eso hará... Ferminillo, no me abandones, protégeme. Tú eres mi patrón; quisiera ponerte en un altar y encenderte velas y rezarte una letanía. Fermín; santito mío: no me dejes, defiéndeme. Ablanda aquel peñasco, de corazón; agárrame, porque si no, me caigo y voy a presidio o a la casa de los locos. Montenegro se burló de las exageraciones lloriqueantes de su amigo.
Pero qué, ¿se cansa usted mucho hoy...? Pues vamos despacio, más despacio si usted quiere... ¡Ah!, ya me ha contado Guillermina que hoy estuvo usted muy santito... Así me gusta a mí la gente. ¿Por qué no fue usted a verme?... ¡Estaba yo más salado...! Si no lo sabía. ¿Vuelve usted mañana? ¿De veras que va usted a ir a verme?... ¡Cómo se reirá de mí! ¡Reírme! ¡Qué cosas se le ocurren!
Palabra del Dia
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