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Actualizado: 30 de septiembre de 2025


Circulose privadamente entre ellos un anuncio gratuito sobre el tal Carlos, dirigido a Carceleros y Guardianes, y todo el mundo recordó haber visto a Carlos en circunstancias dolorosas, pero en favor de mis paisanos debo confesar que, cuando se supo que Tomás destinaba una fuerte suma a su justificado proyecto, sólo en voz baja siguieron las bromas, y nada se dijo, mientras él pudo oírlo, que fuera capaz de contristar el corazón de un padre, o bien de poner en peligro el provecho que podían esperar los bromistas de toda calaña.

Los genoveses, triunfadores de los pisanos, cegaban su puerto con las arenas del Arno, y la ciudad de los primeros conquistadores de Mallorca, de los navegantes á Tierra Santa, de los caballeros de San Esteban, guardianes del Mediterráneo, pasaba á ser Pisa la muerta, población que sólo de oídas conoce el mar.

El suelo exhalaba un hedor insufrible. Había empezado la descomposición de los cuerpos en las fosas inmediatas. La persistencia con que le acosaban sus guardianes y la sonrisa marrullera del sargento le hicieron adivinar el chantage. El sanitario de las barbas debía tener parte en todo esto. Soltó la pala, llevándose una mano al bolsillo con gesto de invitación. «Ia», dijo el sargento.

La puerta estaba al nivel de las ventanas superiores; así los antiguos guardianes podían evitar una sorpresa de los piratas, valiéndose para sus entradas y salidas de una escala, que retiraban al interior en cuanto llegaba la noche. Jaime había hecho fabricar una ruda escalera de madera para llegar a su habitación, pero no la retiraba nunca.

El sol se ocultaba ya; las nieblas ascendían del profundo seno de los valles; deteníanse un momento entre los obscuros bosques y las negras gargantas de la cordillera, como un rebaño gigantesco; después avanzaban con rapidez hacia las cumbres; se desprendían majestuosas de las agudas copas de los abetos e iban por último a envolver la soberbia frente de las rocas, titánicos guardianes de la montaña que habían desafiado allí, durante millares de siglos, las tempestades del cielo y las agitaciones de la tierra.

El patrón rezaba en voz alta. Enormes goletas, únicos guardianes del cementerio, revoloteaban sobre nuestras cabezas confundiendo sus roncos gritos con los lamentos del mar. Cuando concluimos de rezar, regresamos tristemente hacia el rincón donde había sido amarrada la barca. No perdieron el tiempo los marineros durante nuestra ausencia.

Algunas de las muchachas, al recobrar la razón después de la embriaguez de aquella noche, se habían ido a la sierra, no queriendo permanecer en el cortijo. Apostrofaban a los manijeros, guardianes de confianza de sus familias, que habían sido los primeros en aconsejarlas que siguiesen al señorito.

Apartar no podía del pensamiento la consternación de su señora infeliz, cuando viera que pasaban horas, horas... y la Nina sin parecer. ¡Jesús, Virgen Santísima! ¿Qué iba a pasar en aquella casa? Cuando no se hunde el mundo por sucesos tales, seguro es que no se hundirá jamás... Más allá de las Caballerizas trató nuevamente de enternecer con razones y lamentos el corazón de sus guardianes.

Ese que por única vez en muchos años quizá se presenta hoy á vuestros ojos saliendo de Córdoba á una hora insólita, cabalgando en compañía de algunas mugeres, entre una numerosa escolta de guardianes mas que guardias de honor, que so pretesto de dejarle espedito el camino ahuyentan á todos los viandantes y gente curiosa para que no se acerquen á su persona, ese es el Califa reinante, último vástago de los degenerados Umeyas.

Las prisioneras, aprovechando el momento en que sus guardianes no las observan, se apoderan de sus armas y se refugian en una torre situada en el camino, en la cual se fortifican. Cuando las exhortan á que se rindan, aparecen en lo alto de la torre, y Leonor dice, en nombre de todas, lo siguiente: Cuando firmó esta afrenta Mauregato, Fué condición, en fin, fué ley, fué trato,

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