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Actualizado: 28 de junio de 2025


¡Qué!... ¿quieres seguir comiendo?... le dijo Melchor, en broma, alcanzándole su gorra de viaje. ¡Dios me libre! Ché, Ricardo, ¿y , no quieres tomar algo? ¡Dios me libre! repitió éste como un eco de Lorenzo. ¿Conque... Dios los libre?... ¿eh?... vamos progresando.

¿Le digo que no puede entrar? De ningún modo... si viene... Ha venido ya, y dijo que volvería. Pues cuando vuelva, que entre. Me parece que es ese que llama á la puerta. Pues ábrele... ábrele. Casilda salió. Dorotea se quedó esperando con impaciencia. Poco después entró el tío Manolillo, que arrojó al suelo la capa y la gorra, que venían empapadas de agua.

Algunos instantes después, como si se hubiera acordado de algo, se animó, y con los ojos brillantes se asomó a la ventana: acechaba a su madre. Permaneció asomado a la ventana una hora entera. Muchas veces creyó divisar detrás de la esquina la gorra de piel, los ojos terribles y el pálido rostro maternos. Se disponía ya a lanzar un grito de horror, cuando la visión desapareció.

Isidora y el escribano entraban en un vestíbulo nada espacioso; salía a recibirlos un empleado con gorra galoneada, traspasaban un cancel de cristales, y volviendo un poco a la derecha, encaraban con una puerta de pesados cerrojos, sobre la cual se leía en letras negras la palabra Rastrillo.

Examino á mis dos servios mientras hablan. Son mocetones carnosos, esbeltos, duros, con la nariz extremadamente aguileña, un verdadero pico de ave de combate. Llevan erguidos bigotes. Por debajo de la gorra, que tiene la forma de una casita con doble tejado de vertiente interior, se escapa una media melena de peluquero heroico.

Pues me ha dicho que si la señora quiere, naturalmente, se pondrá en la escalera cuando pase el Santísimo y tocará la marcha real...». El otro infeliz murmuró algo, con marcado acento extranjero, llevándose a la gorra la temblorosa mano. «¡Pero qué cosas se le ocurren a este hombre!

Roger se quitó la gorra reverentemente, pero el pechero apoyó ambas manos sobre su bastón y miró con expresión nada amistosa al grupo de caballeros que seguían al rey. ¡Hola! exclamó Eduardo deteniendo su caballo en medio del camino y mirando á Roger y su compañero. ¡Le cerf! ¿Est-il passé? ¿Non? Ici, Brocas, tu parles l'anglais.

Continúa la campiña paniega, verde a trechos, a trechos negruzca. La tierra se dilata en ondulaciones suaves de alcores y recuestos. En Villaluenga asalta el coche un tropel de fornidos mozos rasurados, mofletudos, en mangas de camisa. ¡Una perrilla para los quintos de Villaluenga! gritan, y alargan una gorra ante los viajeros. Le piden también a las viejas; pero éstas se niegan a dar nada.

El hombre de la taquilla, después de apretar la mano repetidas veces al gerente y al ingeniero y de hacer un sinnúmero de saludos con su gorra galoneada, se dirigió en voz alta al maquinista: Ya puedes arrancar, Manuel.

El dinero quedaba a su espalda, sin recibo, sin garantía alguna, resguardado por el espíritu de confianza inquebrantable que circuía la respetable personalidad del banquero caritativo. Al salir los tres, asomaba un nuevo cliente, un hombre de chaqueta y gorra, industrial, que había abandonado un instante su taller para alcanzar una palabra del ídolo.

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