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La impaciencia arrastraba á Ulises hasta su hotel, para implorar las luces del portero. Este, animado por la esperanza de un nuevo billete, hacía sonar el teléfono y preguntaba á los criados de los pisos superiores. Luego una sonrisa triste y obsequiosa, como si lamentase sus propias palabras: «La signora no está. La signora ha pasado la noche fuera del albergo.» Y Ferragut partía furioso.

Ferragut buscó en el suelo de los estanques los llamados peces de fondo, bestias aplanadas que pasaban la mayor parte del tiempo hundidas en la arena bajo un sudario de algas.

Del Mare nostrum no quedaba visible ni la boca de la chimenea ni una punta de mástil: todo se lo había tragado el abismo... Ferragut llegó á dudar si realmente había existido su buque alguna vez. Nadó hacia un madero que flotaba cerca, apoyando los brazos en él.

Cansado de su excursión por la muerta ciudad, Ferragut se sentó en un banco de piedra entre las ruinas de un templo. Miraba el plano puesto sobre sus rodillas, saboreando los títulos con que habían sido designadas las construcciones más interesantes á causa de un mosaico ó de una pintura: villa de Diómedes, casa de Meleagro, de Adonis herido, del Laberinto, del Fauno, del Muro Negro.

Su inquietud, sus ojos sorprendidos é interrogantes, parecieron devolver la serenidad á Freya. Se pasó una mano por la frente, como si despertase de una pesadilla y quisiera repeler sus recuerdos con este ademán. Su mirada fué serenándose. Adiós, Ferragut; no me haga hablar más. Acabaría usted por dudar de mi razón... Ya lo sabe: seremos amigos, amigos nada más. Es inútil pensar en lo otro.

El capitán le animó con su sonrisa al ver que vacilaba de nuevo. Le habló mal de , ¿no es cierto? , señor; muy mal, con palabras muy feas. Dijo que tenía una cuenta que arreglar con usted y que deseaba ser el primero en encontrarle. Según dió á entender, los otros submarinos también le buscan... Sin duda es una orden. Se cruzó una larga mirada entre Ferragut y su segundo.

Vamos á salir muy pronto repitió con visible preocupación . Estarás contento, Tòni; creo que estarás contento. Tòni permaneció impasible. Esperaba algo más. El capitán, al iniciar un viaje, le decía siempre el puerto de destino y la especialidad de la carga. Por eso, al darse cuenta de que Ferragut no quería añadir nada, se atrevió á preguntar: ¿Es á Barcelona adonde vamos?...

Un viento de infinita pureza, que venía tal vez del otro lado del planeta, deslizándose miles de leguas por los desiertos salados sin tocar una sola corrupción, resbalaba en la garganta de Ferragut como un vino de gaseosa embriaguez. Su duro costillaje iba dilatándose á impulsos de este trago de vida, mientras sus ojos parpadeaban ante el azul luminoso del horizonte.

Junto á sus hombros se extendían en doble ala varias señoritas huesudas, con las trenzas anudadas en forma de cesto, imitando el peinado de las emperatrices y grandes duquesas... Detrás se erguía la compañera virtuosa y prolífica, aventajada por los excesos de una maternidad de repetición. Ferragut contempló largamente á este patriarca guerrero.

Después, como nos tiene seguros á causa de nuestro pasado, sólo da lo necesario para vivir con cierto desahogo. ¿Qué voy á, hacer en aquellas tierras?... ¿Debo pasar el resto de mi existencia vendiéndome á cambio del pan?... No quiero: ¡antes morir! La desesperada afirmación de su pobreza hizo sonreír burlonamente á Ferragut.