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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Ferragut encontraba agradable su celibato al acordarse del final de este idilio trasoceánico. Bien entrado el otoño, tuvo el notario que ir en persona á la Marina para conseguir que su hermano soltase á Ulises.
Los corsarios alemanes, valiéndose de astucias, aumentaban con sus presas el pánico de la marina mercante. Saltó el precio del flete de trece chelines la tonelada á cincuenta; luego á sesenta, y á los pocos días á ciento. Ya no podía subir más, según el capitán Ferragut.
Apenas encuentran á una mujer deseable, creen faltar á sus deberes si no le piden su amor y lo que viene luego... ¿No pueden un hombre y una mujer ser amigos simplemente? ¿No podría usted ser un buen camarada y tratarme como á un compañero? Ferragut protestó enérgicamente. No, no podría. El la amaba, y después de verse repelido con tanta crueldad, su amor iría en aumento. Estaba seguro de ello.
El adoquinado le enviaba por sus respiraderos la fetidez de unas alcantarillas solidificadas por la escasez de agua; los balcones esparcían el polvo de las alfombras sacudidas; el palacio-quimera se tragaba con una insolencia de rico novel todo el cielo y el sol que correspondían á Ferragut. Una noche sorprendió á sus parientes haciéndoles saber que volvía al mar.
Lo que me interesa es lo que representa ese pueblo: la moda que va á imponer al mundo. Ferragut concentraba su atención para comprender lo que Tòni quería decir.
Pero aún no había transcurrido un segundo cuando algo vino á añadirse á este choque, desmintiendo las suposiciones de Ferragut. El aire azul y luminoso se arrugó bajo el zarpazo de un trueno.
Lo primero que admiró Ulises al entrar en la casa del médico fueron tres fragatas que adornaban el techo del comedor: tres embarcaciones maravillosas, en las que no faltaban vela, garrucha, cuerda ni ancla, y que podían hacerse al mar en cualquier momento con una tripulación de liliputienses. Eran obra de su abuelo el patrón Ferragut.
Otro de ellos apoyó á su compañero con rotunda afirmación, para atraerse la mirada del jefe. Estaba seguro de su partida por tierra. El mismo le había ayudado á calcular lo que le costaría el viaje á Barcelona. Ferragut no quiso saber más. Necesitaba marcharse cuanto antes. Este viaje inexplicable de su hijo era para él un remordimiento y un motivo de alarma. ¿Qué ocurría en su casa?
Ella misma rogó al abogado que permaneciese en la celda, como si de este modo quisiera aminorar la molestia de vestirse ante unos desconocidos. Ferragut adivinó la piedad y la admiración del maître al llegar á este pasaje de su carta. La había visto medio desnuda, preparando el último tocado de su existencia.
Ferragut resumía los méritos y defectos de los hombres de su raza. Unos habían sido bandidos y otros santos, pero ninguno mediocre. Sus empresas más audaces tenían mucho de reflexivo y práctico. Cuando se dedicaban al negocio, servían al mismo tiempo á la civilización. En ellos, el héroe y el mercader se mostraban tan unidos, que era imposible discernir dónde terminaba el uno y empezaba el otro.
Palabra del Dia
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