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Por mi parte, me dejé caer, medio alelado, en amplio sillón, y José procedió a rasurarme sin pérdida de momento; no tardó en desaparecer mi pobre barba, quedando mi cara tan monda como la del Rey. Al mirarme Tarlein, no pudo menos de exclamar, asombrado: ¡Por Dios vivo! ¡Ahora que realizaremos nuestro plan. Eran las seis y no teníamos tiempo que perder.

Poco o nada habíamos hablado, y suponiendo que Antonio me enseñaría al día siguiente todos los pormenores de la hacienda, me abstuve de hacer preguntas; pero, al entrar en el enorme patio, o más bien plaza, que había delante del edificio, me sorprendió de tal manera la extraña silueta de un hombre sobre el pretil de la azotea, que no pude menos que exclamar: ¿Quién es ese individuo que espera tu llegada en tan estrambótica postura?

¡Silencio, silencio! ¡Qué escándalo! volvió a exclamar el público. Y todos los ojos se volvieron hacia el palco del alcalde. Era éste un hombre de sesenta, a setenta años, bajo de estatura y muy subido de color, el pelo bien conservado y enteramente blanco, las mejillas rasuradas, la nariz borbónica, los ojos grandes, redondos y saltones.

¿Qué Nanín? preguntó Aldama por cuyos ojos pasó una nube. ¿Qué Nanín ha de ser? El marquesito del Lago. Me ha dicho que los ha visto en su casa y que había sentido mucho no encontrarle a usted. La impresión que Tristán sintió con estas palabras fue tan violenta, que un golpe en la cabeza no le hubiera dejado más aturdido y paralizado. Sólo pudo exclamar con forzada y estúpida sonrisa: «¡Ah

Después de exclamar, con el muy elocuente Obispo de Hipona: ¡Gran cosa es el hombre hecho a imagen y semejanza de Dios!, ¿quién ha de preocuparse de que en esta baja tierra le hagan o no le hagan caso? Si ha de consistir nuestra aspiración en ser perfectos como nuestro Padre que está en el cielo, ¿qué añaden a la suma de lo perfectible las vulgares alabanzas y los honores mundanos?

Postrose, en efecto, humildemente ante la imagen, persignose rápidamente, cruzó las manos sobre el pecho, y, volviendo el rostro hacia su doncella con sonrisa dulce, le dijo: Ya puedes empezar. ¡Señorita, por Dios!... tornó a exclamar Genoveva toda confusa.

El perro Plutón, situado detrás del doctor, miraba aquello con aire atento, como si comprendiera de lo que se trataba, y de vez en cuando estiraba las patas y arqueaba el lomo, abriendo la boca hasta las orejas. Materne no pudo ver más. ¡Vámonos! dijo. Apenas hubieron entrado en el obscuro pasillo, oyeron exclamar al doctor: «¡Aquí está la bala

¡Llame usted á su perro! ¡Llame usted á su perro! gritó la señorita Guichard, oyendo á su mastín aullar lastimeramente. ¡Llame usted al suyo! respondió tranquilamente el hombre de la voz ronca. ¿Acaso le hemos ido á buscar? ¡Cuidado! creyó Bobart que debía exclamar; voy a pegarle un tiro!...

; el móvil único de la señorita Guichard era su rencor implacable; todo estaba subordinado en su existencia al deseo de hacer mal á Fortunato. Era esto tan evidente, tan claro, que á Mauricio se le pasaron ganas de levantarse y exclamar: "Todo lo que estoy contando es falso de la cruz á la fecha.

Pero observando la actitud pacífica de Velázquez y su sonrisa pudo dominarse y exclamar con fingida cordialidad: ¡Adiós, gachó!... ¿ por aquí?... Lo que menos podía pensar era tropezarte á estas horas. Ni yo á ti.