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Actualizado: 9 de junio de 2025


No seas tonto; nada de ensartar. A concluir pronto, aunque sea con un rasguño. En aquel momento terminaban las bromas y estallaba el compañerismo. El conde encendió un cigarro puro con toda calma y dijo con la mayor naturalidad: Hasta luego, señores. Había una parte efectiva de valor en aquella actitud serena, imperturbable del conde; pero había también buena porción de esfuerzo y estudio.

Había sido un suicida con suerte en los primeros tiempos, cuando necesitaba crearse un nombre, y la gente no transigía ahora con su prudencia. El insulto acompañaba siempre a sus intentos de conservación. Apenas tendía la muleta ante el toro a cierta distancia, estallaba la protesta. ¡No se arrimaba! ¡tenía miedo!

Y se alejó con la indiferencia habitual en todas. Aquella noche Adriana soñó que las monjas se hallaban reunidas en un confuso salón, iluminado con grandes arañas, y bailaban formando cuadrillas al compás de una música sorda y lenta, pero que estallaba de repente en sonidos agudos y torbellinos de estruendo.

Era el trueno, que estallaba a lo lejos, solemne y terrible. Lucía exhaló un gemido de pavor, cayendo con la faz contra la hierba. Desgarráronse las nubes, y anchas gotas de agua cayeron, sonando como goterones de plomo líquido en la crujiente seda de las frondas de mimbre.

La vieja compañera había muerto de miseria y él vagaba por las minas, durmiendo á la intemperie, comiendo lo que le daban los peones y pagando esta limosna con insultos. Cuando estallaba un barreno cerca de él, miraba con ojos feroces á los obreros. ¡Bestias! les gritaba como si cometiesen un crimen. ¡Tenéis la dinamita en vuestras manos y la empleáis en eso!...

Se comerciaba a gritos. A cada instante estallaba una gresca. Oíase el continuo rumor soñoliento de tornos y telares, semejante al de populosa plegaria en alguna mezquita. Los hombres vestían casi todos a la española; algunos llevaban gregüescos de lienzo, como la gente de mar. Las mujeres, saya de colores aldeanos y juboncillo corto.

Con la violencia de las explosiones saltaban hechos añicos los globos de vidrio del alumbrado de gas; el azufre colábase por todas las gargantas, llevando al fondo de los estómagos su sabor insufrible; pero todo entraba en la diversión, y al final, cuando estallaba el trueno gordo, haciendo temblar el suelo de la feria, la gente menuda prorrumpía en estruendosa aclamación, despertando de la pesadilla belicosa que la había enardecido durante media hora.

Había entrado poco después que el padre un joven gordo, muy gordo, rubio, con patillitas que le llegaban poco más abajo de la oreja, mucha carne en los ojos y fresco y sonrosado color en las mejillas. La ropa le estallaba. Su voz era levemente ronca y la emitía con fatiga. Al entrar nublóse la descolorida faz de Ramoncito Maldonado.

Alzóse rápidamente al ver al capitán, adelantóse á él y lo estrechó contra su pecho ciclópeo como solía hacer este cíclope con los individuos de la raza humana, más débil que la suya, cuando quería demostrarles su benevolencia. Al mismo tiempo estallaba siempre sin saber por qué en sonoras, bárbaras carcajadas; quizá para dar algún desahogo al aliento todopoderoso de sus pulmones.

Fue en el mismo instante que un relámpago coloreaba de luz lívida el mar y estallaba un trueno sobre su cabeza, conmoviendo con horrísono tableteo los ecos de la inmensidad marítima y las oquedades y cimas de la costa. «No; los muertos no mandan, los muertos no gobiernanJaime, como si fuese un hombre nuevo, se burló de sus pensamientos de poco antes.

Palabra del Dia

rigoleto

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