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No había isla sin dios particular, sin monstruo, sin cíclope ó sin maga urdidora de artificios. El terror era la primera divinidad de los mares. El hombre, antes de domesticar á los elementos, les tributó el más supersticioso de sus miedos. Un factor material había influido poderosamente en los cambios de la vida mediterránea.

Brillaban á un lado las aguas del Guadalquivir; estendíanse al otro las faldas de Sierra Morena, sobre cuyas cumbres centelleaba una que otra estrella, como el ojo de un cíclope que está para conciliar el sueño.

También envidiaba a los pastores de Teócrito, Bion y Mosco; soñaba con la gruta fresca y sombría del Cíclope enamorado, y gozaba mucho, con cierta melancolía, trasladándose con sus ilusiones a aquella Sicilia ardiente que ella se figuraba como un nido de amores.

Y no recibiendo contestación, dió un golpe a la puerta con su poderosa pierna de cíclope, e hizo saltar el pestillo con estrépito. El cuarto estaba en tinieblas. ¡Ventura, Ventura! gritó. Nadie contestó. Sacó con mano trémula una cerilla, y paseó una mirada de loco por la habitación. Su esposa estaba en camisa acurrucada en un rincón, pálida, desencajada. Gonzalo no detuvo los ojos en ella.

Al descender Fernando a la cubierta de paseo, vio a Mina hablando en alemán con otras de la compañía. Pasó junto a ella, y al encontrarse con sus ojos, éstos le miraron indiferentes, sin la más leve emoción, cual si fuese un desconocido. Empezaron a marcarse a través de la niebla, cada vez más clara, varios puntos de luz: unos, fijos; otros, intermitentes, parpadeando como ojos de cíclope.

El cíclope enano no hizo alto en esta equivocación, y pude salir a la calle satisfecho del éxito de mi visita. ¡Cómo reímos por la noche Gloria y yo de la famosa entrevista y del peligroso encuentro!

Este otro es moscatel de Siracusa, vino del que se embriagaba el Cíclope para consolarse de los desdenes de Galatea, con el que Arquímedes se inspiraba para sus más raras invenciones y del que siempre bebía Teócrito antes de componer sus idilios. No os pasméis, señores, de mi notable erudición. No en balde soy la discípula predilecta de donna Olimpia. De tal palo tal astilla, como suele decirse.

Alzóse rápidamente al ver al capitán, adelantóse á él y lo estrechó contra su pecho ciclópeo como solía hacer este cíclope con los individuos de la raza humana, más débil que la suya, cuando quería demostrarles su benevolencia. Al mismo tiempo estallaba siempre sin saber por qué en sonoras, bárbaras carcajadas; quizá para dar algún desahogo al aliento todopoderoso de sus pulmones.

No censurara yo que Galatea Al cíclope adorase: la hermosura Bien en la fuerza y el valor se emplea; Bien con estrecho, cariñoso nudo, La hiedra ciñe firme tronco rudo. Mas nunca á quien apenas Sostener puede el peso de la vida Á llevar sus cadenas, Si dulces, graves, el amor convida.

El novelista es como un pequeño cíclope, esto es, como un cíclope que no es cíclope. Sólo tiene de cíclope la visión superficial y el empeño sacrílego de ocupar la mansión de los dioses, pues a nada menos aspira el novelista que a crear un breve universo, que no otra cosa pretende ser la novela.