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Ora le ensayaba sobre su cráneo de sacerdote la mitra demasiado estrecha o el capelo demasiado justo; ora la triple tiara pontificia, que parecía fabricada en un todo para su cabeza, única y sublime. Una aclamación de multitud universal estallaba a sus pies, y sentíase flotar, excelso y rígido, sentado en un trono resplandeciente.

Cada vez que uno de ellos venía a colocarse sobre un buen número del cuadro trazado en el suelo, estallaba el grupo infantil en palmoteos y gritos, que hacían revolverse en sus sillones a los pasajeros dormitantes. Karl, con aire pensativo y un dedo en la boca, contemplaba de cerca el juego de estos niños mayores que él.

La numerosa familia, que habitaba en distintos puntos del cuartón, habíase reunido, según costumbre, en la misa del domingo para recordar al muerto, y al verse estallaba su dolor con africana vehemencia, como si aún tuviesen ante sus ojos el cadáver.

Yo recuerdo que no ya entre los elementos españoles, sino aun entre los elementos cubanos, y muy cubanos, y muy probados, pero que no se encontraban en la conspiración que estallaba en aquellos instantes, fue un efecto terrible el que produjeron los primeros movimientos.

No tenía miedo, como el poeta, a encontrarse con su dolor a solas, y caminaba por aquel lugar poco frecuentado, saboreando con gozo cruel el hondo pesar que, de vez en cuando, estallaba en ruidosos suspiros. Sentía en torno de su persona la imagen invisible de un padre que no había conocido. El recuerdo del pobre Melchor Peña le inspiraba cierta conmiseración. Aquél también había vivido engañado.

Lo único que le disgustaba era ver que las galanteasen, con la circunstancia extrordinaria de que su enojo no estallaba cuando ellas coqueteaban, sino cuando se presentaba alguien que asiduamente las cortejase.

Rezaba con los ojos secos, rezaba á solas con su desesperación, fijando en la cruz una mirada de hipnótica tenacidad... Allí estaba su hijo, tendido junto á sus rodillas, lo mismo que de niño, en la cuna, cuando ella, vigilaba su sueño... La exclamación del padre estallaba también en su pensamiento, pero sin exasperaciones coléricas, con una tristeza desalentada. ¡Y no le vería más!... ¡Y era posible esto!

Llegaban hasta allí los ruidos de la muchedumbre invisible. Eran exclamaciones de inquietud; un «¡ay! ¡aylanzado por miles de bocas, que hacía adivinar la fuga del banderillero acosado de cerca por el toro. Luego, un silencio absoluto. El hombre volvía hacia la fiera, y estallaba el ruidoso aplauso saludando un par de banderillas bien colocado.

Su vida interna, durante aquellos seis meses, había sido devorada por una actividad febril, ansiosa, mareante, disimulada con esfuerzo bajo actitud tranquila y altiva. A veces la sorda irritación que la minaba no podía resistir tanta presión, y estallaba en un flujo de palabras candentes, injuriosas, que pronunciaba en voz baja, al advertir algún signo de inteligencia entre los traidores.

Entraban con las manos vacías y surgían cargados de muebles y ropas. Otros, desde los pisos superiores, arrojaban objetos, acompañando sus envíos con bromas y carcajadas. De pronto tenían que salir huyendo. El incendio estallaba instantáneamente, con la violencia y la rapidez de una explosión. Seguía los pasos de un grupo de hombres que llevaban cajones y cilindros de metal.