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Actualizado: 18 de mayo de 2025


«¡Eh!, ya me has revuelto todo dijo Isidora al entrar de la calle . ¡Jesús, qué desorden! Mira, te voy a pegar». Mariano reía. «¿Y qué has escrito aquí? Mariano Rufete, alias Pecado... ¿Qué es eso de Pecado? ¡Como yo vuelva a oírte dándote a ti mismo esos apodos...! Como los toreros observó estúpidamente Mariano sin cesar de reír.

Pero el brazo derecho del jinete, destrozado por una bala, colgaba inerte a su lado. Sin disminuir la velocidad, cambió las riendas a su mano izquierda. Algunos momentos más tarde viose obligado a parar y a apretar la cincha, que, mal asegurada, podía estúpidamente lograr lo que no habían conseguido el peligro ni el ataque. Esta operación requirió unos minutos de suprema angustia.

Pasa estúpidamente desde la prodigalidad a la avaricia, y desde la esplendidez a la miseria: su amor ciega, su desdén mata, a unos envilece, a otros trastorna; es la eterna Dulcinea engañosa para nuestra locura, y encantada para nuestra razón: niega lo que se le implora, da lo que no se le pide, todo lo tiene, y todo lo derrocha.

Con lo cual, y como justo castigo á cuanto rompe estúpidamente la inexorable ley de las proporciones, la figura capital, lejos de ser engrandecida y mejorada, pierde, por efecto de la sombra que sobre ella proyectan los demás, mucho de su orgulloso relieve y prestigio.

, ... La otra nada de eso, ¿eh? dije sonriendo estúpidamente. ¿La otra?... ¡Madre del Amparo, qué torbellino! Bastaba ella sola para revolver, no una clase, sino todo el colegio. Los castigos y penitencias nada servían con ella. Al contrario, yo creo que era peor castigarla.

Yo me consumo cuando tengo que esperar, y cuando espero estúpidamente por la tontería de una persona, pierdo la paciencia en absoluto...». Volvió a oírse la quejumbrosa cantinela de Juan Evaristo, y Guillermina tiró de la campanilla para decir a la criada: «Mujer, entretenle; dile cositas. Algo debe de haberle pasado a esa mujer, cuando tarda tanto.

Efectivamente: era yo, a pesar de mis pocos años, mucho más serena y menos impresionable entre la baraúnda del comercio galante, de lo que me había imaginado antes de conocer de cerca esas cosas. Aunque no era incombustible por completo, tenía todas las posibles ventajas para jugar con el fuego sin consumirse estúpidamente en él.

En las cabezas de aquellos desdichados es donde mejor se puede estudiar hasta dónde llegó Velázquez en el estudio de la expresión: el Primo es grave y reflexivo, casi elegante; Morra tiene cara de malo; el bobo de Coria es tipo de idiota triste; el niño de Vallecas estúpidamente alegre; don Antonio el inglés, apoyado en aquel admirable mastín más simpático que él, parece una caricatura del orgullo; don Juan de Austria, antes que de bufón palaciego, tiene traza de pícaro escapado de los capítulos del Guzmán de Alfarache o de las jácaras de Quevedo.

Convéncele de que soy fea, de que gusto de D. Casimiro, de que mi ingratitud hacia él merece su desprecio. Yo debiera haberle hablado en este sentido; pero soy tan débil y tan tonta, que no hubiese atinado á decírselo, y tal vez le hubiera inducido estúpidamente á que creyese todo lo contrario. Por amor de Dios, Lucía de mi alma, despide por á D. Carlos. Yo no puedo, no debo ser suya.

Eso no prueba más que tiene V. un corazón agradecido y piadoso. Maximina se ruborizó entonces hasta las orejas. Adolfo, a quien sin duda pareció muy mal esta alabanza y quería a todo trance desahogar su resentimiento, exclamó sonriendo estúpidamente: ¡Es una beatona! Se pasa la vida comiendo los santos. Pues ahora no estaba comiendo los santos, sino barriendo respondió Miguel.

Palabra del Dia

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