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Actualizado: 18 de mayo de 2025
Yo traté de convencerle de que había que conservar la energía para los momentos graves, sin malgastarla estúpidamente en rabiar por cosas fútiles; además, le advertí que la condición indispensable para que aceptase un plan de fuga era el que fuese sencillo. La única garantia del éxito era la sencillez. Nos asociamos Ugarte, Allen y yo.
Por algo él y los otros espadas ponían en sus contratas mil pesetas más cuando habían de lidiar este ganado. Siguió vagando por la habitación con paso nervioso. Deteníase para contemplar estúpidamente objetos conocidos que pertenecían a su equipaje, y después se dejaba caer en un sillón, como si le acometiese repentina flojedad. Varias veces miró su reloj.
La resistencia de él era puramente espasmódica, y mientras se defendía de los cuatro brazos que querían contenerle y arrancarle el cuchillo, decía con voz ronca: «Le siego el pescuezo y la...». Después se supo que Papitos tenía la culpa, porque le había irritado, contradiciéndole estúpidamente.
Aturdido estúpidamente, dije algunas frases que no recuerdo, y me despedí de aquellas señoritas, a quienes no deseé otra cosa más que Dios confundiera en el mismo momento. ¡Bueno estaba yo para bromitas! Andando entre calles un rato, se me ocurrió la idea, no muy sensata, de ir a la Fábrica de Tabacos y preguntar allí por Paca...¿Para qué? Llegaba mi grosera ignorancia hasta no saber su apellido.
Balbució algunas palabras ininteligibles y se dejó caer pesadamente en un sillón. La señora Chermidy fue a sentarse a su lado. ¡Buenos días, señor duque! exclamó . Buenos días, y adiós. El duque palideció y repitió estúpidamente: ¿Adiós? Sí, adiós. ¿No me pregunta usted a dónde voy? Sí. Pues bien, esté satisfecho. Voy a Corfú. A propósito dijo él . Creo que mi hija ha muerto.
¡Los salvajes!... ¡Ah, sí!... Bebamos sciam-sciú. ¡Bebamos! Te van a comer, ¡estúpido!... ¡A bordo! ¡A bordo! ¡Miserables! El chino balanceó estúpidamente la cabeza y comenzó otra vez su baile alrededor de los barriles, acompañándose con cánticos. Van-Horn lo echó a rodar de un tremendo puntapié.
La reitana se puso encendida como una cereza. Andrés también se ruborizó y no supo qué contestar. Vaya, estoy viendo continuó el paisano que voy a tener que armar garduñas alrededor de casa para los señoritos que me quieren comer las uvas. ¡Padre! exclamó la muchacha sofocada. Andrés sonreía estúpidamente.
Echado un golpe de vista sobre las fortificaciones, que describen un inmenso y triple semicírculo; sobre las calles de la ciudad, generalmente sucias y de aspecto análogo al de las que ofrecen las ciudades flamencas; sobre el largo malecon de la orilla del Rin, encerrado estúpidamente entre el rio y una fila de murallas inútiles, y sumamente desaseado; y sobre el palacio gran-ducal, donde se hallan reunidos algunos museos mediocres y una considerable biblioteca, rica en manuscritos alemanes de los llamados incunables, no queda mas que ver que la catedral y la bella estatua de Guttemberg.
A mi lado había un hombre borracho, vestido de negro, con el sombrero ladeado y una flor roja en el ojal. Se levantó de su silla y se acercó a mí sonriendo. Yo le miré de mala manera y, como estaba iracundo, le pregunté: ¿Qué pasa? ¿Qué quiere usted? El sonrió estúpidamente. ¿Marino? me dijo después, en inglés, señalándome con el dedo. Sí, marino le contesté yo . ¿Y qué?
Primero quiso incorporarse, sin saber a qué; pero no pudiendo sus manos crispadas sostenerle en los brazos del sillón, cayó de golpe en el asiento; luego miró estúpidamente en torno, y por sus mejillas resbalaron dos lágrimas. A Pepe se le asomó el furor a los ojos; sintió impulsos de abalanzarse a Tirso y destrozarle la cabeza a puñadas.
Palabra del Dia
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