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Me dice el corazón que está buena y sana, que volverá hoy... declaró Doña Paca con ardiente optimismo, viendo todas las cosas envueltas en rosado celaje . Por cierto que... Perdone usted, señor mío: hay tal confusión en mi pobre cabeza... Decía que... Al anunciarse el señor D. Romualdo en mi casa, yo creí, fijándome sólo en el nombre, que era usted el dignísimo sacerdote en cuya casa es asistenta mi Benina. ¿Me equivoco?

Me paseé errante por la cubierta, mirando aquí y allí la brújula iluminada, los montones de cabrestantes, las piezas de la máquina envueltas en una claridad ardiente, golpeando con cadencia; la humareda negra que se elevaba de las chimeneas ennegreciendo el firmamento; los marineros de barba rubia inmóviles en sus puestos, y las figuras de los pilotos sobre el puntal, altas y sombrías en la noche.

Están siempre igualmente tristes, igualmente severas, durmiendo, envueltas en la bruma. ¡Qué contraste con la inquietud del mar y con sus mil caminos diversos! ¡Qué existencias más inmóviles! Esa casa de piedra amarilla, sombreada por el saliente alero, se me figura la cara de un viejo aldeano, tosco y pensativo. ¡Qué quietud en todo el pueblo!

Los pergaminos se abarquillaron, crujiendo y chasqueando, y las pavesas, absorbidas del foco de la hoguera, volaban envueltas en una nube de humo hasta desaparecer por el cañón de la chimenea. ¡Cuánto hubiera dado Lázaro por trocar en cosa tangible su memoria, para destruirla también! Cuando el hombre abjura de sus errores, debía tener el derecho de olvidarlos.

La pérdida del general ha sido insignificante en comparacion de la del enemigo; algunas compañías que llevadas de su ardor se habian adelantado en demasía, viéronse envueltas por cuadruplicadas fuerzas y tuvieron algunos momentos de conflicto; pero merced á la bizarria de los jefes, y acertadas disposiciones del general, pudiéronse replegar con el mayor órden sin mas resultado que extraviarse un reducido número de soldados.

Duero gentil, que con torcidas vueltas Humedeces gran parte de mi seno, Ansi en tus aguas siempre veas envueltas Arenas de oro qual el Tajo ameno, Y ansi las ninfas fugitivas sueltas, De que está el verde prado y bosque lleno, Vengan humildes á tus aguas claras, Y en prestarte favor no sean avaras, Que prestes á mis asperos lamentos Atento oido, ó que á escucharlos vengas, Y aunque dexes un rato tus contentos, Suplicote que en nada te detengas: Si con tus continos crecimientos Destos fieros Romanos no me vengas, Cerrado veo ya qualquier camino A la salud del pueblo Numantino.

Naves, alzad las flámulas hermosas Envueltas por las nubes magestuosas Del humo del cañon, Conmemorando los gloriosos dias En que Chile botó á las ondas frias En leño audaz su invicto pabellon. Campos feraces do la mies ondea, Selvas en donde el pájaro gorjea, Rios que vais al mar: Un himno alzad con voz estrepitosa, Que os fecundó la sangre jenerosa Que enrojeció las gradas de su altar.

Sin tregua ni descanso trabajaré desde hoy por elevarte, por dignificarte, para sacar de ti el ser inocente y noble que mi cariño me ha dicho siempre que existe. Así habló el caballero de Medina. La joven escucha estas palabras con alegría y sus bellos ojos se nublan de lágrimas. Las lanchas bogaban apresuradamente hacia el puerto envueltas en rojizos resplandores.

Pero venían envueltas en una nube tan espesa de rocío que D.ª Carolina se vio precisada a apartarse más de una vez y refugiarse por los rincones para no quedar completamente empapada. Al fin se dejó caer otra vez en la silla, rendido, aniquilado. D.ª Carolina también se sentó y le contempló largo rato con mirada chispeante de malicia.

Don José, que ya estaba, si no enteramente dormido, a punto de llegar a estarlo, murmuró claramente estas dulces palabras, que salieron de sus labios envueltas en una sonrisa: «¡Y qué guapa es...! Quita allá, quita, esperpento. ¡Contenta me tienes!... Nada, mujer; decía que D. Amadeo es una persona... ¡Quita, quita...! ¡Quia, quia...!».