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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Era la historia del Mediterráneo escrita por torpes e ingenuos pinceles: encuentros de galeras, asaltos de fortalezas, grandes batallas navales envueltas en humo, sobre cuyas vedijas flotaban los gallardetes de los navíos y las altas torres de popa, en cuya cima rizábanse las banderas con la cruz de Malta o la media luna.
Los ojos del comerciante fijábanse con avidez en la nuca perfumada por las matinales abluciones y todas las blancuras inmediatas revelarlas por la entreabierta penumbra de la blusa. De aquí saltaba su mirada a las redondeces de las piernas, envueltas en calada seda, emergiendo entre el follaje sedoso de las faltas. Maltrana se acercó a él como si hubiese olvidado la escena de poco antes.
De otras barcas cargadas con pirámides de frutas partían al vuelo en ruda trayectoria naranjas y racimos de bananas hacia las manos ávidas de los emigrantes, que retornaban monedas envueltas en papeles. La nacionalidad del buque influía en las transacciones comerciales, y los mercaderes de acento andaluz lo vendían todo por marcos y por pfenings.
Las flores de mis aposentos se marchitan y nadie las renueva; la luz me parece una antorcha fúnebre, y cuando mis amadas vienen envueltas en la blancura de sus peinadores a acostarse en mi lecho, lloro, como si viera la legión amortajada de mis alegrías muertas. Me siento morir. Tengo ya hecho mi testamento. En él lego mis millones al Diablo, le pertenecen; él que los reclame y los reparta.
A lo lejos, entre las márgenes del río que empiezan a borrarse envueltas en la sombra, vemos venir dos lanchas a vapor.
En el albor de la vida Es muy hermoso vivir, Porque su senda florida Nos dá la imágen querida Del puerto á que hemos de ir. Pero esas horas benditas Pasan con velocidad, Y envueltas en negras cuitas Nos quedan rosas marchitas Que arrastra la tempestad. Y con su manto de hielo La eternidad nos envuelve, Y en ancho mar de consuelo Se sacia el ardiente anhelo Que la existencia revuelve.
¡Sagunto! ¡Ay, qué nombre!, cuando se le ve escrito con las letras nuevas y acaso torcidas de una estación, parece broma. No es de todos los días ver envueltas en el humo de las locomotoras las inscripciones más retumbantes de la historia humana. Juanito, que aprovechaba las ocasiones de ser sabio sentimental, se pasmó más de lo conveniente de la aparición de aquel letrero.
¡Por Dios, señoritas, no deberían ustedes salir con este tiempo! Será mejor que me dejen mandar un recado al Instituto y les arreglaré aquí una buena cama. Mas la última frase se perdió en el coro de chillidos medio ahogados que arrojaban las niñas, agarradas de la mano, lanzándose en mitad del temporal, y muy pronto fueron envueltas en el torbellino huracanado.
Y así fue. Desde las once de la noche una larga fila de coches iba poco a poco dejando en el vestíbulo del palacio centenares de convidados; las damas, envueltas en riquísimos abrigos, bajaban de sus berlinas y sus clárens, dejando ver pies coquetamente calzados que se apoyaban un momento en el estribo, mientras con la mano, enguantada hasta el codo, recogían la larga cola ornada de valiosos encajes; los lacayos recibían órdenes de volver a la madrugada; los mirones y curiosos, estacionados en la acera opuesta, contemplaban aquellas grandezas haciendo comentarios, sugeridos por la hermosura de las mujeres o la envidia de las riquezas; los salones se iban llenando, y el calor que la aglomeración y las luces engendraban iba animando y coloreando los rostros.
Á la misma hora dos señoras enlutadas y envueltas en largos velos bajaron de un coche y, no sin inquietud, echaron en derredor una mirada. Una actividad ruidosa reinaba en el muelle del Támesis, lleno de trabajadores ocupados en descargar los steamers alineados á lo largo del puerto.
Palabra del Dia
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