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Actualizado: 6 de mayo de 2025
Yo, indignado, le daba nuevos cartuchos, pilas de monedas de medio real envueltas en papel. Ya estaba vacía la maleta... La turba continuaba rugiendo insaciable. Más ¡vuestra señoría! suplicó Sa-Tó. ¡No tengo más, criatura! ¡El resto está en Pekín! ¡Oh, Buda santo! ¡Perdidos! ¡Perdidos! exclamó Sa-Tó, doblando las rodillas. El populacho, callado, esperaba aún.
El pequeño Febrer, cuando el carruaje transponía una garganta, en lo más alto de la sierra, lanzaba gritos de alegría contemplando a sus pies el valle de Sóller, el jardín de las Hespérides de la isla. Las montañas, obscuras de pinares y moteadas de blancas casitas, tenían las cumbres envueltas en turbantes de vapores.
Nunca, lo repito, me fue dado contemplar cuadro tan soberanamente bello, ni aun en el Océano, cuando se sigue al sol en su descenso, formando uno de los vértices de aquel triángulo glorioso de Chateaubriand, ni aun entre las gargantas de los Andes, sobre las que cae la noche con asombrosa rapidez y que quedan envueltas en la sombra, mientras las cumbres vecinas brillan bajo los rayos del sol, lejos aun de dar su adiós a nuestro hemisferio.
Aquel tono indiferente no podía engañar á nadie. Hablaba con el corazón desgarrado. Sus palabras expiraban á menudo en la garganta, como el eco de un sollozo reprimido. Las que llegaban á los labios venían envueltas en lágrimas. Mientras las pronunció no apartó los ojos del nebuloso horizonte, que el sol teñía de grana.
Varias casas importantes, se decía, se encontraban envueltas en este desastre. Huberto arrojó el diario con cólera; todo se conjuraba en ese día para certificarle la catástrofe. A fin de distraerse de estas preocupaciones nuevas para él, decidió que iría a almorzar al club. Pero en el camino lo atacaron penosas reflexiones. ¿Qué haría? ¿Seguir el consejo de su madre?
Recorrieron la sala de oreos, donde miles de mazos de cigarros se hallaban colocados en fila, y los almacenes, henchidos de bocoyes, que, amontonados en la sombra, parecen sillares de algún ciclópeo edificio, y de altas maniguetas de tabaco filipino envueltas en sus finos miriñaques de tela vegetal; atravesaron los corredores atestados de cajones de blanco pino, dispuestos para el envase, y el patio interior lleno de duelas y aros sueltos de destrozadas pipas; y por último, pararon en los talleres de la picadura.
El sol iba cayendo lentamente hacia la parte de Madrid, cuyas torres, puntiagudas y negruzcas, aparecían envueltas en una atmósfera de polvo luminoso, y a lo lejos se oía el rumor confuso de muchos ruidos juntos, que semejaban la turbulenta respiración de la ciudad.
A estas horas las damas permanecían abajo todavía, en los camarotes y las salas de baño. Maltrana había sorprendido algunas veces las intimidades del arreglo matinal al transitar por los pasillos de las cubiertas inferiores, tropezándose con mujeres envueltas en kimonos y batones viejos que apresuraban el paso para refugiarse en sus camarotes, ocultando la cara como si temiesen ser reconocidas.
La enferma fantasía de Clara creyó reconocer en aquellas voces un horrible y áspero trío de las Porreñas, que volaban, envueltas en espantosas nubes, dando al viento las voces de su impertinencia, de su amargo despecho y de su envidia.
Sí que lo entiendo; pero no es noticia para mí. ¿Cuántos siglos hace que estáis... en eso? ¡Dale, la muy taimada!... ¿No te he dicho que, por fin, se de-ci-dió ya? ¿Lo quieres más claro? ¿Quieres decir que os vais a casar en seguida? Eso mismo. ¡Acabaras! Aquí un ratito de silencio. Cierta inquietud en Sagrario. Miradas investigadoras en su amiga, envueltas en sonrisas maliciosas.
Palabra del Dia
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