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Actualizado: 14 de julio de 2025


La pureza del corazon se recomienda, pero no se medicina para lograrla: no importa: todo va bien mientras el cuerpo aparezca puro de inmundicia exterior, y mientras las azalas obligatorias se hagan en los tiempos y con las posturas, lecciones y jaculatorias requeridas, siguiendo al Imam con precision automática, y como si dijéramos á golpe y medida de resorte: exactamente de la misma manera que hacen la carga á once voces los héroes de oficio que entretienen las naciones para un caso de guerra, y sus habilidades los perros sabios que en teatrillos ambulantes los imitan en casos de paz.

Los pueblos pastores ocupados de propagar los merinos que producen millones y entretienen a toda hora del día a millares de hombres; las provincias de San Juan y Mendoza, consagradas a la cría del gusano de seda, que con apoyo y protección del Gobierno carecerían de brazos en cuatro años para los trabajos agrícolas e industriales que requiere; las provincias del Norte, entregadas al cultivo de la caña de azúcar, del añil que se produce espontáneamente; las litorales de los ríos con la navegación libre que daría movimiento y vida a la industria del interior.

La villana de la Sagra comienza en una posada: dos criados se entretienen en la antesala jugando á las cartas, mientras sus señores, en la habitación contigua, hacen lo mismo. Las bromas de los dos bribones, á costa de sus amos, son muy divertidas; pero pronto pasan de las burlas á las veras, se acaloran, y el uno da un bofetón al otro.

Bien parece un gallardo caballero, a los ojos de su rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada con felice suceso a un bravo toro; bien parece un caballero, armado de resplandecientes armas, pasar la tela en alegres justas delante de las damas, y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares, o que lo parezcan, entretienen y alegran, y, si se puede decir, honran las cortes de sus príncipes; pero sobre todos éstos parece mejor un caballero andante, que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras, con intención de darles dichosa y bien afortunada cima, sólo por alcanzar gloriosa fama y duradera.

Y así continuarían, años y más años, hasta amontonar una suma considerable de millones. Robledo pensaba con melancolía en el destino de su riqueza enorme. Llegaba á él cuando era viejo y no podía sentir la tentación de los placeres que engañan y entretienen á los demás mortales.

¡Sufrir... trabajar...! repitió el enfermo con amargura; ¡ah! facil es decirlo cuando no se sufre... ¡cuando el trabajo se premia!... Si vuestro Dios exige al hombre tanto sacrificio, al hombre que apenas puede contar con el presente y duda del mañana; si hubiese usted visto lo que yo, miserables, desgraciados sufriendo indecibles torturas por crímenes que no han cometido, asesinatos para tapar agenas faltas ó incapacidades, pobres padres de familia, arrancados de su hogar para trabajar inútilmente en carreteras que se descomponen cada mañana y que parece solo se entretienen para hundir á las familias en la miseria... ¡ah! sufrir... trabajar... ¡es la voluntad de Dios! ¡Convenza usted á esos de que su asesinato es su salvacion, de que su trabajo es la prosperidad de su hogar!

Y volvió a quedarse dormido como un tronco. No por obra de ningún diablejo de aquellos que, en opinión de don Alejandro Bermúdez, se entretienen en llevar por los aires chismes y cuentos de oído en oído, levantando los tejados o colándose por los resquicios de las puertas, sino por una prosaica y vulgar coincidencia, se despertaba Nieves en su lecho en el mismo instante en que volvía a dormirse en el suyo el hijo del boticario de Villavieja.

Lo hay en esas fondas silenciosas, con comedores que se abren de tarde en tarde, solemnemente, cuando por acaso llega un huésped; en esos cafés solitarios donde los mozos miran perplejos y espantados cuando se pide un pistaje exótico; en esos obradores de sastrería que al pasar se ven por los balcones bajos y en que un viejo maestro, con su calva, se inclina sobre la mesa, y cuatro o seis mozuelas canturrean; en esas herrerías que repiquetean sonoras; en esos conventos con las celosías de madera ennegrecidas por los años; en esas persianas que se mueven discretamente cuando se oyen resonar pasos en la calleja desierta; en esas comadres que van a los hornos con sus mandiles rojos y verdes, o en esos anacalos que van a recoger el pan a las casas; en esas viejas que os detienen para quitaros un hilo blanco que lleváis a la espalda; en esos pregones de una enjalma que se ha perdido o de un vino que se vende barato; en esos niños que se dirigen con sus carteras a la escuela y se entretienen un momento jugando en una esquina; en esas devotas con sus negras mantillas que sacan una enorme llave y desaparecen por los zaguanes oscuros...

No obstante, cuando llega la primavera, se entretienen construyendo pequeños navíos vaciando un pedazo de corcho donde plantan un palito cualquiera ó á veces el portaplumas, adornado en su extremidad con una bandera roja ó azul; luego, con gritos de alegría, lo arrojan al agua, dándole por toda tripulación algún insecto, esclavo de los terribles calafates.

¡De modo que si esa dama con quien entretienen al príncipe don Felipe tiene tales conocimientos secretos, debe ser una bribona! No , no , excelentísimo señor; porque también hay damas y muy damas que se pierden por estos tunos. Tomad dijo el duque abriendo un cajón y sacando de él un estuche. ¿Y qué es esto, señor? Una gargantilla. ¡Ah! ¿Debo visitar á esa dama? . ¿Y qué la he de decir?

Palabra del Dia

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