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Pero, sea lo que fuere; que para que la conozco no hace al caso su trasmutación; que yo la aderezaré en el primer lugar donde haya herrero, y de suerte que no le haga ventaja, ni aun le llegue, la que hizo y forjó el dios de las herrerías para el dios de las batallas; y, en este entretanto, la traeré como pudiere, que más vale algo que no nada; cuanto más, que bien será bastante para defenderme de alguna pedrada.

Estando en esto, y yo con lo bebido atolondrado, entraron cuatro de ellos con cuatro zapatos de gotosos por caras, andando a lo columpio, no cubiertos con las capas, sino fajados por los lomos, los sombreros empinados sobre las frentes, altas las faldillas de delante, que parecían diademas, un par de herrerías enteras por guarniciones de dagas y espadas, las conteras en conversación con el calcañar derecho, los ojos derribados, la vista fuerte, bigotes buídos a lo cuerno y barbas turcas, como caballos.

Esa explotacion da lugar naturalmente á un gran movimiento industrial y comercial, alimentando en Bélgica el trabajo de centenares de hornos, fraguas y herrerías en que la industria metalúrgica produce muy fuertes valores, consistentes en artículos de maquinaria, quincallería, etc., notablemente apreciados, y dando lugar á un prodigioso movimiento de trasportes.

Se encuentra tambien á la parte nordeste, despues de haber cruzado un pantano de una legua de ancho, un terreno seco, muy notable por la gran cantidad de pepitas de hierro hidratado que cubren el suelo, y de las que se podria sacar un pingüe provecho para el establecimiento de herrerías catalanas ó de altas fraguas, hallándose poblados de bosque todos sus contornos.

Estando en esto, y yo con lo bebido atolondrado, entraron cuatro de ellos, con cuatro zapatos de gotoso por caras, andando a lo columpio, no cubiertos con las capas sino fajados por los lomos; los sombreros empinados sobre la frente, altas las faldillas de delante que parecían diademas; un par de herrerías enteras por guarniciones de dagas y espadas; las conteras en conversación con el calcañar derecho; los ojos derribados, la vista fuerte; bigotes buidos a lo cuerno, y barbas turcas, como caballos.

Lo hay en esas fondas silenciosas, con comedores que se abren de tarde en tarde, solemnemente, cuando por acaso llega un huésped; en esos cafés solitarios donde los mozos miran perplejos y espantados cuando se pide un pistaje exótico; en esos obradores de sastrería que al pasar se ven por los balcones bajos y en que un viejo maestro, con su calva, se inclina sobre la mesa, y cuatro o seis mozuelas canturrean; en esas herrerías que repiquetean sonoras; en esos conventos con las celosías de madera ennegrecidas por los años; en esas persianas que se mueven discretamente cuando se oyen resonar pasos en la calleja desierta; en esas comadres que van a los hornos con sus mandiles rojos y verdes, o en esos anacalos que van a recoger el pan a las casas; en esas viejas que os detienen para quitaros un hilo blanco que lleváis a la espalda; en esos pregones de una enjalma que se ha perdido o de un vino que se vende barato; en esos niños que se dirigen con sus carteras a la escuela y se entretienen un momento jugando en una esquina; en esas devotas con sus negras mantillas que sacan una enorme llave y desaparecen por los zaguanes oscuros...