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Actualizado: 25 de julio de 2025


Petra.... ¡Es ella quien me hace tan desgraciado, quien me arroja en este pozo obscuro de tristeza, de donde ya no saldré aunque mate al mundo entero; aunque haga pedazos a Mesía y entierre viva a la pobre Ana!... ¡Ay, Ana también va a ser bien infeliz!». La catedral dio ocho campanadas. «¡Las ocho! Ahora debía yo despertar... y no sabría nada». Este pensamiento le avergonzó.

Rafael evitó con gran cuidado volver a la casa azul. Temía despertar cierta susceptibilidad de su esposa.

El loco no esperó el fin de aquella despedida, y levantándose, con el rostro demudado por la cólera, exclamó, alzando la mano solemnemente: ¡No me concedes tu hija! Ya hablaremos de eso más tarde. ¡Me la niegas! Vamos, Yégof, con tus gritos vas a despertar a todo el mundo. ¡Me la niegas!... ¡Es la tercera vez! ¡Guárdate, Hullin, guárdate!

Yo no si los jóvenes esposos llegaron hasta el final de la Odisea, pero don Diego había encontrado el medio de despertar el interés de su mujer, y esto era mucho. Germana adquirió la costumbre de oírle leer y de encontrarse bien en su compañía y no tardó en ver en él un espíritu superior.

Las sombras de la noche penetraron casi repentinamente y pronto me envolvieron en densa obscuridad. Por fin, después de no corto espacio de tiempo, encendí la luz y abrí la puerta. Rafael se hallaba en la galería, en el hueco de una ventana, y al verme, pareció despertar de un sueño. ¡Rafael...! exclamé; pero él me interrumpió, diciendo: ¡No me digas nada; no, ni a que soy tu mejor amigo!

A ver si puedo yo ir ayudándote un poquito interrumpió Bermúdez con un gesto, como si mascara ceniza . eres una jovenzuela sin experiencia y sin malicias; y él un mozo que, aunque no largo de genio, al fin ha rodado por las universidades; se ha visto agasajado en Peleches y muy estimado por ti, que no eres costal de trigo; y ¡qué canástoles! hoy una palabrita y seis mañana, habrá ido insinuándose y atreviéndose poco a poco, hasta despertar en ti...

Algo extraordinario acababa de ocurrir en el buque. Ferragut dormía con la ligereza de un capitán que necesita despertar oportunamente. La misteriosa percepción del peligro había cortado su reposo. Sintió sobre su cabeza el pataleo de veloces carreras á lo largo de la cubierta: oyó voces.

Ved, como parecido al Leteo, el lago parece adormecerse a sabiendas y por nada del mundo quisiera despertar. Toda belleza duerme. Y ved donde reposa su ventana abierta a los cielos, Irene, con sus destinos. ¡Oh brillante princesa! ¿por qué dejar esa ventana abierta a la noche? Los espíritus juguetones, desde lo alto de los árboles se filtran a través de la persiana.

Al despertar el sol á este tropel miserable se buscaban unos á otros con paso torpe, entumecidos aún por la noche, reconstituyendo los mismos grupos del día anterior. Muchos avanzaban hacia la estación con la esperanza de un tren que nunca llegaba á formarse, creyendo ser más dichosos en el día que acababa de nacer.

Cerca de la estación, un hombre se aproximó á la pareja: un señor respetable, canoso, con chaqué viejo y gafas. Les dió la tarjeta de un hotel que poseía en las inmediaciones, ensalzando las cualidades de sus cuartos: «Todo el confort moderno... Agua calienteFerragut la tuteó por primera vez. ¿Quieres?... ¿quieres?... Ella pareció despertar, abandonando bruscamente su brazo.

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