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Actualizado: 12 de julio de 2025
Todos le querían: los capitanes vascos, sobrios en palabras, rudos y de tuteo confianzudo; los capitanes asturianos y gallegos, enamoradizos y derrochadores, que desmienten con su carácter la avaricia y la tristeza de tierra adentro; los capitanes andaluces, que parecen llevar en su gracioso lenguaje un reflejo de la blanca Cádiz y sus vinos luminosos; los capitanes valencianos, que hablan de política en el puente, imaginando lo que podrá ser la marina de la futura República; los capitanes de Cataluña y de Mallorca, conocedores de los negocios tan á fondo como sus armadores.
Mira, Doña Blanca dijo el fraile, que jamás abandonaba el tuteo, aunque se incomodara, no creas que se necesite ser un Apeles ó un Fidias para conocer que es feo D. Casimiro. Su fealdad es tan patente y somera, que no hay que ahondar mucho para descubrirla. Y en cuanto á su ruin salud y escasa amenidad, te aseguro lo mismo.
Se dirigió a la puerta seguida de él, que en su exaltación no se daba cuenta de este cambio repentino. Continuaba hablando en español, repitiendo la misma súplica con un tuteo pasional. Y ella, por dos veces, sonriendo de las dificultades de su pronunciación, le dio la respuesta en el mismo idioma: No compregndo... no compregndo. En el antecomedor le tendió una mano para despedirse.
La buena señora empezó a ser para él lo que había sido para Mario, una verdadera madre. Convinieron en que Godofredo la llamase mamá, pero no en presencia de D. Pantaleón, ¡cuidado! y le tuteó y le permitió besarla, y le reprendía, y le gobernaba. En fin, se repitió punto por punto lo que había pasado con Mario.
Y bastó tal promesa para que, olvidando a los que dejaba a su espalda, volviese al amoroso tuteo. ¿De veras, mi viejo?... ¿Vas a regalarme un monito pequeño... así... así? y achicando la distancia entre ambas manos, se imaginaba un simio de inverosímil pequeñez . ¿No te parece mejor un loro de los que hablan?... ¿Dices que me regalarás las dos cosas?... ¡Ah, mi viejito rico... mi negro!
Había alcanzado a ver en su niñez al primer Dupont, fundador del establecimiento. El segundo le había tratado como a compañero, y al actual jefe, a Dupont el joven, lo había tenido en sus brazos, uniéndose al tuteo de la confianza paternal el miedo que le inspiraba don Pablo con su carácter imperioso de dueño a estilo antiguo. Era un viejo que parecía hinchado por el ambiente de la bodega.
Ya había conseguido que Tónica le llamase Juanito, y no señor Peña, con aquel acento ceremonioso que hacía reír; pero aún no se había decidido a corresponder a su tuteo, y le plantaba siempre un «usted» como una casa, asegurando que le causaba rubor hablarle de otro modo.... ¡Qué inocente! ¡Como si él no fuese hijo de un antiguo tendero del Mercado! En fin, todo se andaría.
Desde hoy... te hablaré de tú. Desnoyers no llegó á comprender qué recompensa podía significar este tuteo. ¡Era tan raro aquel hombre!... Algunas consideraciones personales vinieron, sin embargo, á mejorar su estado. No comió más en el edificio donde estaba instalada la administración. El dueño exigió imperativamente que en adelante ocupase un sitio en su propia mesa.
¡Usted!... Ya no usaba su tuteo de gran señora, al que correspondía él con un tratamiento respetuoso de amante de clase inferior. Este «usted», que parecía igualarlos, desesperó al espada. Quería ser a modo de un siervo elevado por el amor hasta los brazos de la gran señora, y se veía tratado con la fría y cortés consideración que inspira un amigo vulgar.
Y el admirador se sentó, con la satisfacción de un devoto que entra en el santuario del ídolo, dispuesto a no moverse de allí hasta el último instante, recreándose al recibir el tuteo del maestro, y llamándole Juan a cada dos palabras, para que muebles, paredes y cuantos pasasen por el inmediato corredor pudieran enterarse de su intimidad con el grande hombre.
Palabra del Dia
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