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Actualizado: 19 de octubre de 2025
No tenía gana tampoco de recibir al gaucho para despedirle y para tener con él una escena violenta y acaso trágica. Se valió, pues, de Madame Duval como mensajera. La instruyó detenidamente en todo cuanto había de decir: en la resolución que había tomado de seguir nueva vida, en sus remordimientos y en su firme propósito de no reanudar con él las pasadas relaciones y de no recibirle en secreto.
Después de la tarde en que la tuvo entre sus brazos, secando sus lágrimas, conteniendo las contorsiones de su desesperación, besando su frente con un dolor fraternal, la verja de Villa-Rosa se había cerrado detrás de él para siempre. «Ven mañana», gimió Alicia al despedirle.
Esta le embelesaba tanto, que haciendo una calaverada, como él decía, invirtió una parte de la rumbosa gratificación que le hizo el coronel al despedirle en la suscripción a un periódico noticiero y baratito, que no le faltó un solo día después de llegar a su casa. He aquí por qué estaba al tanto de los ascensos de su coronel.
Al fin se la otorgaron, pero fue para despedirle a los pocos días: la música de Juan no agradaba a los parroquianos del Café de la Cebada; no tocaba jotas, ni polos, ni sevillanas, ni cosa ninguna flamenca, ni siquiera polkas; pasaba la noche interpretando sonatas de Beethoven y conciertos de Chopín: los concurrentes se desesperaban al no poder llevar el compás con las cucharillas.
Más de media hora estuvo oyendo los agravios que don Juan tenía con su hermana, el odio nacido al casarse ésta con el doctor Pajares, que sobrevivía a pesar del tiempo transcurrido. Adiós, Juanito, y no hagas caso de tu madre dijo al despedirle en la escalera . Lo que debes hacer es preocuparte menos de tu familia, que nunca ha pensado en ti, y preparar tu porvenir.
Se vió de pie en el centro del estudio, mirando con inquietud hacia la puerta, murmurando estúpidas excusas. «Debo irme: es tarde. Me esperan unos amigos...» Ella se había serenado. También estaba de pie, y le miró con asombro é ira. Tú eres el único que podías hacer esto dijo, al despedirle, con un acento cortante . Ahora veo claro. Te odio como tú me odias. Mi capricho era estúpido.
Era un caballero fino, distinguido, de fisonomía ingenua y simpática. No tenía motivo para negarme a recibirle en mi habitación algunos días. El dueño de la fonda me lo presentó como un antiguo huésped a quien debía muchas atenciones: si me negaba a compartir con él mi cuarto, se vería en la precisión de despedirle por tener toda la casa ocupada, lo cual sentía extremadamente.
Era ya hombre y estudiante de Facultad, y todavía Isabel conservaba esta costumbre de salir al balcón para despedirle cuando iba a sus clases. Por su natural, o tal vez por esta educación un poco afeminada, Raimundo fué un niño tímido, retraído de los juegos de sus compañeros, luego un adolescente melancólico, por fin un joven serio y de pocas palabras. Apenas tuvo amigos.
El cura salió haciendo cortesías, sin más conversación y sin que Paz se moviera para despedirle. La pobre niña se quedó sentada en una butaca baja, puestos los codos sobre las rodillas y apoyada la cara en las manos, por entre cuyos dedos se le escapaban las lágrimas, que ni podía ni quería contener.
»No puedo darme ahora cuenta exacta de todo lo que ocurrió en el resto de aquel día y durante la noche que le siguió; no sé si Ángel fue y vino varias veces o si no se movió de allí, porque tengo una idea de que faltó muy pocos instantes de mi casa hasta cerca de la madrugada; recuerdo vagamente también que estuvo Guzmán al anochecer, y el efecto terrible que le hizo la noticia que yo le di por entrar; que vio a Luz y que la habló, y que Luz tuvo también para él sonrisas y dulzuras de consuelo; que se apartó de ella a duras penas cuando entró el cura nuevamente para confesarla; que salió con los ojos enrojecidos y el pecho rebosando de sollozos; que, mientras el confesor cumplía su triste cometido, Sagrario, forzando todas las consignas de la puerta, entró hasta donde yo me hallaba recogida para llorar a solas, y se abalanzó sobre mí, hecha un mar de lágrimas; que se aumentó el raudal de las mías al verme delante de aquel cómplice y testigo de mis maldades; que cuando el cura se me acercó para darme otra enhorabuena y advertirme que de acuerdo con la enferma, se la daría el Viático al día siguiente para que le recibiera con la debida solemnidad, puesto que no corría prisa, Sagrario voló hasta la cama de Luz, de donde me costó gran trabajo separarla; y que con espantarse tanto como se espantó de la infamia de Leticia cuando yo la enteré de ella, se espantó todavía más de que yo no viera en sus estragos otra cosa que el castigo de mis culpas; tampoco recuerdo en qué paré esta corta entrevista con aquella loca de buen fondo, ni cuándo se marchó, ni cuándo se fue Guzmán, ni qué me dijo, ni lo que te dijo Luz al despedirle.
Palabra del Dia
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