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Miró a todas partes; nada se descubría por ningún lado que denunciase el voraz elemento, y, sin embargo, el tufillo o trapo quemado seguía dándole en las narices con progresiva persistencia. Asomó la cabeza fuera de las cortinas del lecho, miró bajo la almohada, entre las mantas, en la fosforera de porcelana que sobre la mesilla tenía... ¡Nada, nada!

Si por si acaso teníamos loro, para que no nos denunciase, como contaba la Iñure, le ataríamos una piedra al cuello y lo tiraríamos al mar. Zelayeta hizo el plano de la casa que construiríamos fuera del pueblo, en un alto, cuando volviéramos a Lúzaro.

Las azucenas, con su túnica de blanco raso, erguíanse encogidas, medrosas, emocionadas, como muchachas que van a entrar en el mundo y estrenan su primer traje de baile; las camelias, de color de carne desnuda, hacían pensar en el tibio misterio del harén, en las sultanas de pechos descubiertos, voluptuosamente tendidas, mostrando lo más recóndito de la fina y rosada piel; los pensamientos, gnomos de los jardines, asomaban entre el follaje su barbuda carita burlona cubierta con la hueca boina de morado terciopelo; las violetas coqueteaban ocultándose para que las denunciase su olorcillo que parecía decir: «¡Estoy aquí!»; y la democrática masa de flores rojas y vulgares extendíase por todas partes, asaltaba las mesas, como un pueblo en revolución, tumultuoso y desbordado, cubierto de encarnados gorros.

Poco a poco el hermoso encarnado de sus mejillas desapareció; sus grandes ojos, abiertos cuan grandes eran, quedaron como amortiguados y entontecidos, y sin que un movimiento ni una queja denunciase lo que padecían, el sufrimiento comprimido se pintó en sus rostros asombrados y marchitos. Nadie reparó en este tormento silencioso, en esta suave y dolorosa resignación.

Parecía muerto, sin el menor latido que denunciase su vida interior; pero bastaba un ligero movimiento de mano para que se estremeciese instantáneamente todo él, como un caballo que desea lanzarse á una carrera loca. Prepárese á conocer algo primoroso, Maltranita dijo Castillejo en voz queda, sin volver la cabeza . Presenciará usted una caza nunca vista.

Esta había desmontado sin abandonar su lazo. Con la astucia y la ligereza de un indio empezó á marchar á gatas por la suave pendiente, sin que el más leve ruido denunciase su avance. A pocos metros de aquel hombre se incorporó, riendo en silencio de su travesura, mientras hacía dar vueltas al lazo con vigorosa rotación, dejándolo escapar al fin.

Llegó, y antes de poner aquella llave que tan cara, y al mismo tiempo tan dulcemente había comprado, se estremeció, dudó, retrocedió: temía que un accidente cualquiera denunciase, descubriese aquella su entrada subrepticia casa de la duquesa: pero el duque de Osuna, don Pedro, no retrocedía tan fácilmente; antes que dejar abandonada á misma á la duquesa, arrostró por todo: confiaba en su nombre, en su fama; ya en su juventud, don Pedro Téllez Girón era un magnífico grande, á quien se respetaba poco menos que al rey.

Según refiere el erudito escritor del Diario de Lima, en los números del 4 y 5 de octubre de 1791, hubo procesión de penitencia, sermón sobre el texto de David: Exurge, Domine, et judica causam tuam, constantes rogativas, prisión de legos y sacristanes, y carteles fijando premios para quien denunciase al ladrón.

¡Qué delicia! murmuró Currita; y mordiéndose los labios hasta hacerse sangre, volvió a leer por dos veces la carta, sentándose antes en una butaca. Quedóse luego, pensativa breve rato, sin que denunciase su alteración más que un imperceptible temblorcito en la mano que sostenía la carta, una ligera crispatura en los labios, un torvo reflejo en la vista, fija siempre en la alfombra.

La inesperada resolución de Jacobo causó en el auditorio sensación profunda, y cuando el tío Frasquito anunció que el héroe pensaba marchar a Biarritz quizá al día siguiente, dos personas, Diógenes y Currita, no pudieron contenerse... Levantóse el primero y fuese derecho al tío Frasquito como si quisiera pegarle, y la segunda, sin que denunciase su violenta ira más que una extraña vibración en su dulce vocecita, comenzó a vomitar injurias y vituperios contra la marquesa de Sabadell, su muy amada prima, con gran pasmo de Villamelón, que recordaba todavía el sermoncito sobre el amor de la familia que había escuchado aquella mañana.