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Actualizado: 3 de junio de 2025


A la vez que refunfuñaba con singular vivacidad, abrió la puerta de la sala y, en vez de responder al saludo, al alegre saludo y las preguntas premiosas de la condesa, se dejó caer en una silla exhalando un suspiro. ¡Dios mío! ¿qué os pasa, mi buen Mathys? exclamó la condesa , ¡qué sudoroso y pálido estáis! Dejadme respirar, dejadme reponer del susto mortal que he sentido.

Dejadme, pues, seguir libremente mi camino, no me pongáis embarazos, porque como vos sois el privado de Felipe III, quiero yo serlo de Felipe IV. Yo no puedo tomar parte en esa indignidad, yo no puedo permitirla; por el contrario, he venido aquí para cerciorarme en ella y evitarla.

Si queréis que volvamos los dos a buscarle, dejadme poner esta borrica en mi casa, que luego vuelvo''. ''Mucho placer me haréis -dijo el del jumento-, e yo procuraré pagároslo en la mesma moneda''. Con estas circunstancias todas, y de la mesma manera que yo lo voy contando, lo cuentan todos aquellos que están enterados en la verdad deste caso.

Pedro replicó que su señora no estaba en casa. Hubo de terciar Casilda, que conocedora de la confianza que su ama dispensaba á Quevedo, no tuvo inconveniente en abrir. Entrad y os convenceréis le dijo : si queréis esperar á la señora, esperadla. Dejadme, sin embargo, subir, hija. Subid enhorabuena. Quevedo subió, y con su audacia acostumbrada, lo registró todo, hasta la alcoba.

Les hizo salir por la puerta del jardín y, dando la vuelta por él, los llevó hasta un paraje donde adosadas a la pared sobre tableros había hasta veinte o más colmenas de corcho. Ni un paso más les dijo porque es peligroso. Dejadme a solo.

Y sin moverse había dado sus órdenes. Y doña Rufina, volviéndose a las damas, había dicho sonriente: Ea; ahora fuera gente loca; a la cocina y dejadme en paz. Y se había enfrascado en la lectura de Los Mohicanos de Dumas. Visita hacía muy a menudo semejantes irrupciones en casa de cualquier amiga. Ella entendía así la amistad. ¡Pero si su cocina era infernal!

Os he seguido paso á paso en todos vuestros viajes; mas no me siento ya con fuerzas para seguiros en el de Córdoba y Sevilla. He dado con mi bello ideal: ¿cómo quereis que descienda de ese cielo donde los sentidos, el corazon, la fantasía se espacian sin encontrar límite alguno? Idos en paz y dejadme respirar aun el aire de Granada.

Dorotea se estremeció de nuevo, retiró vivamente la pera y la mordió exclamando: No, no; esta es para , para sola. Y temerosa de que don Juan pudiera arrebatarla ni una pequeña parte de aquel confite mortal, le devoró. A seguida cayó de rodillas. ¿Qué haces, Dorotea? dijo don Juan. ¡Dejadme! ¡dejadme orar! exclamó la joven. ¡Orar! exclamó asombrado don Juan.

¿Los tenéis? Jamás se tienen, porque hoy se lleva uno y mañana otro. No es eso... ¿Pues qué es?... Dejadme hablar; me habéis nombrado á don Rodrigo... don Rodrigo me da hastío, como eso. Y señaló una copa que estaba llena de vino.

Nadie lo buscará allí, y por más que busque y haga vuestra enemiga, jamás encontrará el testimonio de su crimen. ¿Daros ese documento, mi sola arma contra su maldad, mi seguridad, mi fuerza? dijo entre dientes el intendente, con sonrisa irónica . No, no, ese tesoro no se separará de . Os lo suplico, Mathys dijo la viuda pálida y temblorosa . Dejadme salvaros. ¡Ah!

Palabra del Dia

rigoleto

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