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Actualizado: 3 de mayo de 2025
¿Y á dónde hemos llegado? No quiero ocultároslo. A mi casa de campo del río. Creo que esta casa es del conde mi señor, y que la pintó y la amuebló para vuestras bodas. Así es. ¿Y aquí queréis tenerme? ¿Y por qué no? Ocurrencia del diablo es. Dejadme bajar, que abren la portezuela. ¿En galán os tornáis, y en dama me convertís? dijo Quevedo. Sí por cierto; dadme la mano para bajar.
Me parece que oigo la voz de mi prima. ¡Oh! pues dejadme hacer, fingíos muy turbada. Quevedo no pudo decir más.
Irritados contra su vejez, intentaron un nuevo esfuerzo; pero la muchedumbre protestaba contra su locura, y cayó sobre ellos, desapareciendo los viejos arrebatados por sus familias. ¡Dejadme, cobardes! ¡Al que me toque, lo mato! rugía el capitán Llovet. Pero por primera vez aquel pueblo, que le adoraba, puso la mano en él.
En hora buena, dígase que tal vez no nos formamos ideas bastante claras del modo de conciencia que tendremos de nosotros mismos despues de esta vida; dígase que quizás son posibles otras intuiciones de nosotros mismos; pero no se pinte como una cosa inconcebible el alma sola: dejadme el pensamiento, la voluntad, el sentimiento, todo presente en lo íntimo de mi conciencia; para hallarme á mí propio, no necesito mas: dadme comunicacion con otros seres que me afecten ó á quienes yo afecte, que me trasmitan sus pensamientos y sus voluntades, que me causen placeres ó dolores, y no necesito nada mas para tener un mundo que concibo muy bien: me falta el conocimiento de la calidad de los pormenores, nó de su posibilidad: el alma muda de estado, nó de naturaleza.
¿Pues qué mejor seguridad queréis? haced el negocio, y dejadme en paz á mí; no quiero mezclarme en él, y siento mucho que me hayáis dicho tanto, porque cuando se trata de enredos lo mejor es no saberlos. Pero venid acá; ¿no veis que nosotros solos no podemos hacer ese negocio?
¡Don Francisco de Quevedo! dijo á la puerta anunciando Casilda. ¡Ah! ¡ese hombre! ¡ese hombre! exclamó el bufón. Dejadme sola con él dijo Dorotea. El bufón salió por la alcoba. Dorotea le siguió. ¡Ah! no quieres que te escuche dijo dolorosamente el bufón ; pues bien, adiós. Y salió por la puerta de escape de la alcoba. Después volvió á la sala. Ya estaba en ella Quevedo.
Rebuscó en todos sus bolsillos hasta dejarlos limpios, distribuyendo a ciegas las piezas de plata entre las manos ávidas y en alto. Ya no hay más. ¡Se acabó el carbón!... ¡Dejadme, guasones!
No ha sido más que ocho días, y lo que le he dado á nadie le hace daño: agua de siete pozos distintos con un poco de sangre de oreja de gato negro y unas cagarrutas de rata... ¡María Santísima del Carmen! exclamó Antonio llevándose la mano al estómago. ¿Y yo he bebido eso?... ¡Quitadme esos platos de delante! ¡Quitadme esas copas! ¡Dejadme reventar en cualquier rincón, como un triquitraque!
-Todo lo confieso, juzgo y siento como vos lo creéis, juzgáis y sentís -respondió el derrengado caballero-. Dejadme levantar, os ruego, si es que lo permite el golpe de mi caída, que asaz maltrecho me tiene.
La Inquisición no te tocará, no te acusará á ti. ¿No es verdad, padre, que la Inquisición no se atreverá á ella? Las últimas palabras del tío Manolillo eran un rugido amenazador. ¡Dejadme! exclamó el padre Aliaga ¡dejadme, y que Dios tenga piedad de los tres! Y salió desalentado.
Palabra del Dia
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