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¿Quién va? pregunté. Soy yo, Allen. Vengo con Sam Cooper, el contramaestre, y con Tommy, que quieren hablar con el piloto. Esperad un momento. Desperté a Tristán, que se echó de la hamaca y que mandó abrir inmediatamente. Por lo que contó Old Sam, portugueses y holandeses, sintiendo renacer sus odios, se batían a palos y a cuchilladas en la cubierta.

El marmitón, impaciente de la duración de este monólogo, había intentado ya por dos veces interrumpir al contramaestre, pero la mirada furiosa y la movilidad excesiva del chicote de su superior se lo habían impedido. Por fin, haciendo un esfuerzo sobre mismo, con su gorro bajo el brazo, el cuello tendido, la pierna izquierda hacia adelante, se aventuró a tirar de la hopalanda de su jefe.

El jefe de los pescadores y el contramaestre, agarrados del brazo, bailaban en torno de los barriles, declamando versos chinos. Ninguno de aquellos beodos se acordaba de los salvajes, ni mucho menos del Capitán y sus compañeros, a quienes daban ya por muertos y asados. Van-Stael, arrebatado de furor, se lanzó en medio de aquella patulea de borrachos, gritando: ¡Miserables! ¿Qué habéis hecho?

Marcial imitaba con los gestos de su brazo y medio la marcha de las escuadras, la explosión de las andanadas; con su cabeza, el balance de los barcos combatientes; con su cuerpo, la caída de costado del buque que se va a pique; con su mano, el subir y bajar de las banderas de señal; con un ligero silbido, el mando del contramaestre; con los porrazos de su pie de palo contra el suelo, el estruendo del cañón; con su lengua estropajosa, los juramentos y singulares voces del combate; y como mi amo le secundase en esta tarea con la mayor gravedad, quise yo también echar mi cuarto a espadas, alentado por el ejemplo, y dando natural desahogo a esa necesidad devoradora de meter ruido que domina el temperamento de los chicos con absoluto imperio.

Ya hemos dicho que el grumete no soltaba una palabra; y cuando el maestro Zeli se detuvo para tomar aliento. Grano de Sal repitió con un aire más humilde que de costumbre: El desayuno le... ¡Ah! ¡el desayuno! exclamó el contramaestre encantado de hacer caer su furor sobre alguien ; ¡ah! ¡el desayuno! ¡Toma, perro!

Tras el contramaestre aparecieron corriendo muchos marineros, anunciando que el agua inundaba el interior del barco y que los caballos estaban en inmediato peligro. Obedeciendo las órdenes enérgicas de Golvín, afianzaron velas sobre el boquete abierto en el costado, operación dificilísima en aquellas circunstancias y que una vez terminada impidió, aunque no totalmente, la entrada del agua.

Entonces el bravo Massareo volvió hacia el barco mudo el enorme orificio del instrumento y gritó: ¡Ah de la tartana!... ¡ah! Después bajó la bocina, se llevó la mano a la oreja para no perder ni una palabra, y escuchó atentamente. Nada... Profundo silencio... ¿Eh? dijo al primer contramaestre que estaba cerca de él.

La carabela capitana ganaba nueve mil maravedís de flete al mes; tenía por capitán á Diego Tristán; llevaba piloto mayor, maestre, contramaestre, físico, tonelero, calafate, carpintero, 2 lombarderos, 2 trompetas, 14 marineros, 4 escuderos, 20 grumetes, en total 52 personas, incluídas las del Almirante y su hijo.

El sacerdote llevaba la palabra y hablaba con vehemencia, como tratando de persuadir a la hija del contramaestre del «Annie Curtis», para que procediese en el sentido que le indicaba. Ella parecía pensativa, silenciosa e indecisa. Una vez se encogió de hombros, y se retiró de él, dándose vuelta como en actitud de desafío, pero en el acto el astuto sacerdote fue todo sonrisas y disculpas.

Yo me quedé en este sitio, queriendo verlo todo, y para mayor disimulo ayudaba a unos amigos que echaban al mar una lancha de pesca. El cañonero envió un bote armado, y saltaron a tierra no cuántos hombres con fusil y bayoneta. El contramaestre, que iba al frente, juraba furioso mirando a El Socarrao y a los carabineros, que se habían apoderado de él.