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Aunque de observador humorístico, coinciden las noticias con las recogidas por el criado del Emperador, Juan de Vandenesse, en presencia de su augusto señor. Refiere que al anochecer llamaba el Contramaestre con el pito á toda la gente del navío, grandes y pequeños, y si alguno andaba remiso le avivaba con un chicote, de manera que corrían aquellos hombres como ratas.

Ibamos a la altura de San Vicente, a la anochecida, cuando un crucero inglés nos hizo señas de que nos detuviéramos, y nos lanzó, por primera providencia, una andanada. El capitán consultó con el teniente y con el contramaestre. Había bastante viento. Se podía escapar bien. La bruma se nos echaba encima. Después de la conferencia, el capitán mandó poner el barco al pairo.

Kernok tenía una de esas almas fuertemente templadas, inaccesibles a las mezquinas consideraciones que los hombres débiles llaman reconocimiento o piedad. No es extraño, pues, que cuando apareció en el puente no se notara en él la menor emoción. El capitán se ha ahogado dijo con calma al contramaestre ; es una lástima, porque era un valiente.

Las lámparas se apagaban, por reglamento, a las ocho de la noche. Para esta hora había que tener colgadas las hamacas; las descolgábamos al salir el sol. La marinería y el contramaestre se alojaban a proa, en el sollado, y en las zonas cálidas, cerca del Ecuador, dormían en la cubierta y guardaban las telas de los coys arrolladas sobre las bordas.

Como el tiempo era malo y tempestuoso, y el navío hacia mucha agua, tuvieron mucho que sufrir: pero la mayor desgracia fué la pérdida de su contramaestre Jaime Allen y de otros dos, á los ocho dias de haberse hecho á la vela. Este contramaestre era diligente y exacto en el cumplimiento de su obligacion, y habia servido el mismo empleo en la expedicion al norte, en compañía de otros.

Era cosa bien difícil, porque casi toda estaba en la convalecencia. Entre el segundo contramaestre, el cocinero y Tristán, el de la cicatriz, hicieron un pacto para apoderarse del barco y formar una asociación de piratas. Una noche, al entrar en el camarote, se apoderarían del capitán y enarbolarían la bandera negra.

Al anochecer volvieron á bordo los cazadores, habiendo traido 24 jabalies; y se puso el viento de muy mal semblante. Amaneció el viento al OSO muy recio, y luego se llamó al SE de la misma suerte: á mediodia abonanzó, y mandé al contramaestre en el bote á reconocer los bajos de afuera, el que halló canal que sale al SE: al anochecer volví á bordo, y quedaba el horizonte de mal semblante.

Tanto es así, que el grumete, inmóvil cerca de su jefe, con el gorro en la mano como quien aguarda una orden, observaba aquel peligroso pronóstico con espanto creciente; porque el chicote del contramaestre era para la tripulación una especie de termómetro que anunciaba las variaciones de su carácter; y aquel día, según las observaciones del grumete, el tiempo anunciaba tempestad.

El sarcasmo y la rudeza de las palabras del antiguo marino, involuntariamente me hicieron recordar al célebre personaje de la Agonía, drama en que Larra dice por boca de un viejo contramaestre de los que acompañaron á Colón, «que las tormentas en tierra, son truenos que apenas se oyen y gotas de agua que ensucian». El capitán del Batea era un retrato del viejo lobo de la Niña.

El cañonero envió un bote armado y saltaron á tierra no cuántos hombres con fusil y bayoneta. El contramaestre, que iba al frente, juraba furioso mirando á El Socarrao y á los carabineros, que se habían apoderado de él.