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Actualizado: 19 de junio de 2025


¡Qué insensato soy! exclamó. ¿Para qué admitir esta posibilidad, puesto que María Teresa no la aceptará nunca? ¿Acaso tengo la pretensión de ser el hombre de mundo, que ella desea para marido? ¡Si hasta me siento molesto entre esos inútiles elegantes que ella trata como íntimos!... ¿No soy completamente distinto de los que a ella le gustan? ¡Ah, ! lo muy bien: al lado de toda esa gente yo no represento más que un contramaestre endomingado. ¡Cómo debo disgustarle, Dios mío! ¡Quién me habría dicho un día que yo aspiraría ardientemente a parecerme a esos hombres frívolos que la rodean!

Esperad algo más, querido compañero, dijo el barón, porque si no he entendido mal, escapamos de un peligro para caer en otro. ¡Capitán! gritó en aquel momento el contramaestre ¡las olas se han llevado las velas que cerraban el boquete de babor! ¡El barco hace agua!

Martin Alonso Pinzón, capitán, de Palos. Francisco Martin Pinzón, maestre, de Palos. Cristóbal García Xalmiento, piloto. Juan de Umbria, piloto. Juan de Jerez, marino, de Palos. Bartolomé García, contramaestre, de Palos. Juan Pérez Vizcaino, calafate, de Palos. García Hernández, despensero, de Palos. Juan Rodríquez Bermejo, de Molinos . Juan de Sevilla. García Alonso, de Palos.

¡Mil millones de truenos! decía el contramaestre hundiéndose el capuchón hasta los ojos , ¿qué infernal viento le ha empujado? ¿Dónde está? ¡Son las diez y aun no ha venido a bordo!

Un día, al pasar cerca de Cabo Verde, echamos a pique una barca de pescadores; unas horas después, en la cubierta, encontramos a un portugués vestido sólo con un pantalón y una camisa. ¿Qué hacemos con este hombre? preguntó el contramaestre. Atadlo contestó el capitán. Se le ató, a pesar de sus protestas y sus gritos. ¿Y ahora? Ahora, echadlo al mar. Así se hizo.

Cuando Morsamor supo los lastimeros ocasos que acabamos de referir, se compadeció de donna Olimpia y procuró consolarla; pero el cuidado de su nave le preocupaba más todavía. Y como iba ya acercándose a la costa, Fréitas había muerto y no era muy de fiar el contramaestre, Morsamor velaba y sólo por breve rato entraba a reposar en la cámara.

En estas condiciones soliamos navegar a la buena de Dios; la tripulación, borracha, no hacía caso de los silbidos del contramaestre, y marchábamos expuestos a chocar con otro barco o con algún bajo cualquiera. Zaldumbide tenía el procedimiento de hacer como que no se enteraba de lo que pasaba cuando no podía dominar la situación.

Corrían los marineros por las vergas; manejaban otros las brazas, prontos a la voz del contramaestre, y todas las voces del navío, antes mudas, llenaban el aire con espantosa algarabía.

El contramaestre, hombre de unos cincuenta años, envuelto en un largo gabán oriental, se paseaba por el puente con un aire agitado, y la protuberancia que se notaba en su mejilla izquierda anunciaba, por su excesiva movilidad, que mordía su chicote con furor.

De pronto la puerta se abrió, y ambos nos pusimos de pie; pero en vez de la linda joven chispeante y de corazón noble, con voz musical y semblante alegre y franco, entró el hombre barbudo, de anteojos, arcos de oro, que en un tiempo había sido contramaestre del buque Annie Curtis, de Liverpool, y después el socio secreto de Burton Blair.

Palabra del Dia

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