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Actualizado: 2 de junio de 2025
Las narices. Un dia que volvia del paseo Azora toda inmutada, y haciendo descompuestos ademanes: ¿Qué tienes, querida? le dixo Zadig; ¿qué es lo que tan fuera de tí te ha puesto? ¡Ay! le respondió Azora, lo mismo hicieras tú, si hubieses visto la escena que acabo yo de presenciar, Habia ido á consolár á Cosrúa, la viuda jóven que ha erigido, dos días ha, un mausoleo al difunto mancebo, marido suyo, cabe el arroyo que baña esta pradera, jurando á los Dioses, en su dolor, que no se apartaria de las inmediaciones de este sepulcro, miéntras el arroyo no mudara su corriente.
Hizo luego mil proyectos, todos grandiosos y humanitarios, como socorrer pobres, vestir desnudos y consolar afligidos y menesterosos; y desde esta región de la beneficencia se precipitó a escape hacia los ensueños del lujo, en un carro triunfal tirado por atrevidos pensamientos, corriendo por entre nubes de supuestas delicias, hasta que fue a caer sin aliento, fatigada y moribunda en el abismo de rosas de un sueño dulce.
Y el hombre que hacía esto era el mismo que en aquel instante llenaba con su nombre todo el distrito; aquel de quien los alcaldes y prohombres decían con plena convicción. «Aquí no hay más diputado que don Rafael. Ese procurará por nosotros». Don Andrés se esforzaba por consolar a su ama. Todo aquello era un capricho de muchacho. Había que dejarle que se divirtiera.
Este, tan pronto estaba en la habitación del herido como subía al piso superior para consolar a las mujeres, oponiéndose a su propósito de ver al torero. Debían obedecer a los médicos y evitar emociones al enfermo. Juan estaba muy débil, y esta debilidad inspiraba más cuidado a los doctores que las heridas. A la mañana siguiente, el apoderado corrió a la estación.
Dió algunos pasos hacia aquella persona, que era un clérigo de más que mediana edad, gordo y pequeño. Venía con su rosario en la mano y la vista fija en el suelo. La huérfana respiró con tranquilidad, porque aquel personaje venerable que tenía ante sí debía de ser un santo varón, de esos cuyo fin en la tierra es consolar á los afligidos y ayudar á los débiles. #Continuación del "vía-crucis".#
Carlos besaba el rizo de oro igual a los suyos, y contemplaba gravemente las facciones finas y delicadas de la que él llamaba su «mamaíta» con un dejo de protección varonil que se desarrollaba con la edad, como si adivinase en ella un ser débil y tímido a quien consolar y defender.
Refiriéndose solamente a las circunstancias exteriores de la catástrofe, contaban todos que el Príncipe había vuelto a la villa dos días antes, después de una ausencia de algunas semanas; que la señora se había levantado esa mañana más temprano que de costumbre y había permanecido como una hora en el terrado, mientras su compañero trabajaba en el escritorio, con una dama que había llegado como a las nueve; que antes del almuerzo la Condesa había enviado a la ciudad, con unos encargos, a Julia, la doncella italiana que tenía desde hacía largo tiempo; que, cuando ya iba el almuerzo a ser servido, el disparo había hecho estremecer a todos: que del segundo piso, donde estaban las habitaciones de los patrones, se había lanzado el Príncipe al piso bajo como un loco, pidiendo que se llamara a un médico, y que todos habían subido precipitadamente al cuarto de la Condesa, donde la extranjera, después de intentar en vano socorrer a aquélla, había tratado, igualmente en vano, consolar al desesperado Príncipe.
Estamos lucidas... Ambas nos podríamos consolar... porque en mi terreno, yo soy también virtuosa, quiere decirse que yo no le he faltado con nadie; y si ella se hace cargo de esto, bien podría venir a mí, y entre las dos buscaríamos a la pindongona que nos le entretiene ahora, y la pondríamos que no habría por donde cogerla... Vamos a ver, ¿por qué Jacinta y yo, ahora que estamos iguales, no habíamos de tratarnos?
¿Así va usted a casarse con el conde de Villanera? ¡Claro! ¿Y yo? ¿Usted, buen hombre? Vaya a consolar a su mujer; por ahí debería haber empezado. ¿Y qué voy a decirle? Dígale lo que quiera. Adiós; tengo que hacer mis baúles. ¿Tiene usted necesidad de dinero? El duque hizo un gesto de disgusto que advirtió la señora Chermidy. ¿Es que le repugna nuestro dinero? ¡A su gusto! no le daremos más.
Sabra reconocer mis bondades por medio de nuevos crimenes. Una ciudad floreciente esta sumergida en el sueno, la aurora alumbrara su desolacion: la horrible peste ha caido de repente sobre los habitantes durante su descanso. Pereceran a millares. Los vivos huiran de los moribundos que deberian consolar; pero nada podra defenderlos de los tiros crueles de la muerte.
Palabra del Dia
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