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Don Juan tenía pensado alquilar un cuarto y amueblar en él dos habitaciones: una tal que pareciese oficina, para dar sombra de apariencia a lo de la empresa teatral, y otra cuidadosamente alhajada, donde, atraída Cristeta, quedara su resistencia vencida; pero en vista de la conferencia con don Quintín, consideró inútil lo primero, pues el grandísimo bribón no había menester disimulo, sino dinero; por lo cual a otro día del almuerzo le mandó a Benigno con una carta en que, a modo de primer mes de sueldo, le remitía mil reales, es decir, el amor de Carola provisionalmente asegurado.

El señor Macey consideró esta interpretación como un absurdo, visto que la ley no podía tener más diferencias con los médicos que con las demás personas. Agregó que si estaba en la naturaleza de los médicos el desear menos que los demás mortales el ser constable, ¿cómo era que el señor Dowlas deseaba tanto proceder en aquella calidad?

¡Qué alegría sentí al verte! decía el hermoso doctor empleando el lenguaje sagrado de la ciencia con tanta facilidad como Ra-Ra . Te creía lejos, en uno de esos viajes que tanto me inquietan. Ahora, al encontrarte, me considero feliz; pero no por eso dejo de pensar en tus enemigos. Los del Comité de supresión del antiguo régimen no te olvidan, y sus espías siguen buscándote por la capital.

Como esto considero, y veo que tengo Un amo cruel, como tu sabes, El qual piensa que soi yo caballero, Y que no hay modo que limosna alguna Llegue á dar el dinero que él me pide, Y la insufrible vida que padezco, De hambre, desnudez, cansancio y frio, Determino morir antes huyendo, Que vivir una vida tan mezquina. Has hecho la mochila? , ya tengo Cosa de diez libras de vizcocho bueno.

Era imposible que aquel hombre, por más sordo que fuese, no hubiera oído el tumulto que se hacía a su espalda. D. Salvador comenzó a enojarse, y dejando de gritar, consideró al altivo viajero con atención. Montaba una mulita baya, pobremente ensillada, a lo que podía ver, y que marchaba con su paso monótono, llevando la cabeza casi entre las piernas.

Ya debe usted suponer á lo que vengo dijo Lázaro sin saludarle: usted me conoce, usted me dió la libertad. Yo creía que desde entonces podía haber entre nosotros la amistad que á me imponía la gratitud; pero usted no ha querido; usted ha seducido y deshonrado á una pobre muchacha, á quien considero yo como mi hermana.

Durante la pausa lúgubre que siguió a esta última frase, Isidora revolvió su mente hacia el origen de aquella escena; consideró con vergüenza y despecho que su infidelidad había sido descubierta, y pasó revista a las circunstancias que pudieron haber motivado el tal descubrimiento. ¡Ah!, las indiscreciones de Joaquín Pez, la falta de prudencia... Bien conocía ella que el viudito no era hombre para guardar secretos.

Sintió la necesidad de marcharse, de huir de aquel sitio donde todo le avergonzaba, de volver otra vez á su rincón de la Braña. Alzóse resueltamente, se lavó los ojos y bajó á la cuadra á enjaezar su jaco. Mientras ejecutó esta operación se fué tranquilizando. Ya estaba avanzada la tarde y consideró que, saliendo á tal hora de Oviedo, sólo muy entrada la noche podría llegar á su casa.

Nadie pudo saber ciertamente si don Miguel Saldaña se consideró feliz en su nueva situación de príncipe consorte, que le permitía gozar todos los placeres y suntuosidades de una inmensa riqueza. A uso español, quiso imponer su voluntad de marido y de varón fuerte, para impedir los excentricidades de su esposa. ¡Vano empeño!

Consideró también que por esa misma avaricia, además de darle buenos consejos, se le debía dar dinero para que sirviese mejor. En una palabra, el padre Aliaga determinó utilizar al cocinero mayor. La manera de reparar en cierto modo el mal que habéis hecho le dijo , es decidiros á servir fielmente á una sola persona. ¿A quién, señor? Al rey. ¡Al rey! ¿pues qué, acaso no le sirvo?