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Actualizado: 19 de junio de 2025


El anciano estaba herido de poca gravedad, y aunque una bala le había llevado el pie derecho, como este no era otra cosa que la extremidad de la pierna de palo, el cuerpo de Marcial sólo estaba con tal percance un poco más cojo. «Toma, Gabrielillo me dijo, llenándome el seno de galletas : barco sin lastre no navega». En seguida empinó una botella y bebió con delicia.

"Zegunda prueba chilló Tres Pesetas: toma esta espada, pincha á uno de nosotros." Y sacando un sable le dió de plano tan fuerte golpe, que le obligó á caer en opuesto sentido. " ¡viva la constitución! ¿Pues no lo ha é ezir? Y si no, yo tengo aquí unas explicaeras... vociferó el matutero, sacando su navaja. Este tunante fué el que delató al cojo de Málaga dijo el caballero particular.

-Estraño es vuesa merced -dijo Sancho-. Presupongamos que esta liebre es Dulcinea del Toboso y estos galgos que la persiguen son los malandrines encantadores que la transformaron en labradora: ella huye, yo la cojo y la pongo en poder de vuesa merced, que la tiene en sus brazos y la regala: ¿qué mala señal es ésta, ni qué mal agüero se puede tomar de aquí?

El delegado interrogó al jefe y a los mozos, y todos convinieron en que efectivamente había salido un cojo de las señas indicadas, pero convinieron asimismo en que no iba con él niño alguno. Este dato los desalentó.

Y fuese a la misma puerta que ya se ha dicho, y entrose por ella, y siguiéndola Cervantes, hallose en un aposentillo desguarnecido y lóbrego, en el que no entraba más luz que la que venía de un altísimo patio estrecho, y por una raja de la pared, a manera de saetera, pasaba, y allí, sentándose la tía Zarandaja en una estera y Cervantes en un taburete cojo, ella le dijo que aquel caballero amaba de una manera desesperada, desde hacía mucho tiempo, a doña Guiomar, y que con ella quería casarse; pero que ella ni aun de él dejaba verse, porque para que no la viese se mantenía encerrada en su casa, y no salía sino entre dos luces para ir a misa a la iglesia mayor, y que cuando iba no era sino en silla de manos, cerrada y guardada por cuatro lacayos armados, que eran cuatro fieras, y de tan probada lealtad, que no había habido medios bastantes para obligarlos a que a su señora desirviesen, dejándola arrebatar por otros que de buena gana el caballero de quien se trataba hubiera enviado para apoderarse de ella: añadió la vieja que aquel día aquel caballero había ido a pedirla noticias de quién fuese el que la noche anterior había dado música a la hermosa viuda, y si no lo sabía, que lo averiguase, como asimismo de la causa por qué la Inquisición había estado, antes de la música, en casa de la viuda, y en vez de prenderla a ella, había preso al rapista Viváis-mil-años; y que ella le había dicho que no sabía nada, pero que procuraría averiguarlo.

¡Qué bello día de otoño, señor! me dijo. , señorita. ¿Se pasea usted? Ya lo ve. Uso de mis últimos momentos de independencia... y aun abuso, pues me siento algo aburrida de mi soledad... Pero Alain es necesario en casa... Mi pobre Mervyn está cojo... ¿Quiere usted reemplazarlos, por ventura? Con el mayor gusto. ¿Adónde va usted? No lo ... tenía la idea de llegar hasta la torre d'Elven.

La fugitiva cabra, temerosa y despavorida, se vino a la gente, como a favorecerse della, y allí se detuvo. Llegó el cabrero, y, asiéndola de los cuernos, como si fuera capaz de discurso y entendimiento, le dijo: ¡Ah cerrera, cerrera, Manchada, Manchada, y cómo andáis vos estos días de pie cojo! ¿Qué lobos os espantan, hija? ¿No me diréis qué es esto, hermosa?

La Condesa se hubiera quedado sola con su servidumbre, si el cielo no hubiera dispuesto que el más alegre y entendido de sus hijos, cuando apenas tenía doce años, hiciese la travesura de montar en un potro cerril, que se despeñó y rodó con él por un barranco, dejándole lisiado para siempre, y tan cojo, que difícilmente podía salir de casa, a no tomar muletas, en vez de tomar las armas.

Ni falta... A mucha honra... De gloria y descanso te sirva tu ducado, harta de miseria. Mira, como vuelvas aquí, ¿sabes lo que hago? ¿Qué? preguntó Isidora, sintiéndose con más fuerzas para rechazar un nuevo ataque. Pues si vuelves aquí, cojo la escoba... y te barro ¡qué puño!, te echo a la calle como se echa el polvo y cáscaras de fruta».

Padre, por Dios, por Nuestra Señora del Amor Hermoso, tranquilícese usted.... Está aquí doña Petronila, está un señor sacerdote.... Será tu don Custodio... el que te me ha robado... el majo del cabildo... ¡ah, barragana, si os cojo a los dos!... ¡Jesús, Jesús! vámonos de aquí gritó doña Petronila buscando la escalera.

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